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sábado, 24 de diciembre de 2016

“Créale otra vez a su neurótica, doctor Freud”

Extracto del trabajo: " Abuso sexual y psicoanálisis: historia de una desmentida" 
de  la Lic. Isabel Monzón*
 publicado en la Revista Nro. 2 del Ateneo Psicoanalítico y en:
             
                           


"... Sigmund Freud elaboró la teoría de la seducción  según la cual el recuerdo de los abusos sexuales padecidos en la infancia por parte de adultos provoca neurosis. El 21 de abril de 1896 expuso su teoría en una conferencia dada en la Sociedad de Psiquiatría y Neurología de Viena, afirmando que dieciocho casos clínicos - seis hombres y doce mujeres - sustentaban su hipótesis.  Katharina y Rosalía se encontraban entre ellos.[6] 

Los abusos sexuales, afirmaba Freud, eran cometidos a veces por adultos extraños a las criaturas sin el consentimiento de ellas y con una secuela de terror inmediata a la vivencia. Otras veces, la persona adulta era cuidadora del niño. "Niñera, aya, gobernanta, maestro, y por desdicha también, un pariente próximo". 

Sus oyentes en aquella conferencia, todos varones y todos expertos en patología de la vida sexual, se mostraron escépticos e incrédulos. 

Unos días después, Freud le escribe a Fliess, su mejor amigo en aquel entonces: "La conferencia tuvo una recepción gélida por parte de los asnos y un juicio singular por parte de Krafft-Ebing - el famoso sexólogo austríaco - quien, refiriéndose a la teoría de la seducción,  dijo: ‘Suena como un cuento de hadas científico’".  

El resultado fue que, a pesar de sus ironías, el creador del psicoanálisis se sintió marginado y muy preocupado por no recibir nuevos pacientes.  

En septiembre de 1897, en otra carta a Fliess, le expresa que  no puede seguir sustentando la teoría de la seducción.  "Ya no creo más en mi neurótica", escribe, y fundamenta su descreimiento en la "imposibilidad de acusar al padre de perverso", inclusive al suyo, y en que considera poco probable que la perversión contra los niños esté tan difundida. Piensa ahora que el relato de sus pacientes se apoya en un falso recuerdo, producto de sus fantasías.  

Poco tiempo después, elabora la teoría del complejo de Edipo, en la cual el seductor pasa a ser el niño.  Uno de los padres es objeto de amor y el otro, el rival, objeto del odio infantil en el conocido y popular triángulo edípico.  Los celos y el sentimiento de exclusión dominan la escena. A pesar de esto,  en 1924 también decía que no todo lo que había escrito sobre el abuso de niños merecía rechazo y que la teoría de la seducción tenía una cierta significación para la etiología de las neurosis.

   Varias cosas llaman la atención del texto que Freud escribiera entre 1893 y 1895, cuando empezaba a nacer el psicoanálisis. Una es el haber disfrazado, tanto en el caso de Katharina como en el de Rosalía, a un padre de tío.  Si de encubrir datos reales se trataba, para evitar que su paciente fuera identificada, el creador del psicoanálisis sabía cómo hacerlo. Encubrir es, como él mismo lo sugiere, cambiarle de nombre al monte donde la paciente vivía o decir que era una campesina cuando en realidad podía tratarse de una dama perteneciente a la sociedad vienesa. Pero cambiar a un padre por un tío es una distorsión que trastoca el significado de los hechos, y Freud lo sabía.  Por eso, en 1924 agregó en los dos casos clínicos el dato real, aunque sin explicar el por qué de su "error" anterior. 

Según Jeffrey Masson, autor del libro El asalto a la verdad. La renuncia de Freud a la teoría de la seducción,  tal distorsión fue el recurso utilizado por Freud para convencer a Breuer  a publicar conjuntamente los Estudios, ya que a éste le repugnaba la tesis freudiana de que la histeria fuese causada por seducciones sexuales sufridas en la infancia.  Hasta es posible que Freud no haya querido identificar al  padre de Katharina por un expreso pedido de Breuer.   Pero también podría pensarse que había caído preso de su propia desmentida[7].  Aún siendo  acertada la hipótesis de Masson, es innegable que en Freud se sumaba su propia resistencia, que también queda al descubierto en la misma teoría de la seducción, por la cual lo traumático no es el  abuso sufrido durante la niñez sino su recuerdo durante la adolescencia, idea que minimiza la gravedad del  abuso como una situación traumática. Situación traumática que marca al psiquismo infantil en el mismo momento en que ocurre.  Por otra parte, en la nota a pie de página al historial de Katharina, el creador del psicoanálisis utiliza la palabra "tentación", sugiriendo así que la hija se sentía atraída por el padre y desestimando la propia  palabra de la paciente, quien decía haber sentido asco y temor.  Es que también para Freud, como para tantos de nosotros,  debía ser conflictivo el cuestionamiento de la mítica "santa" paternidad. Por otra parte, en los momentos que el psicoanálisis nacía, su creador estaba solo.  

La comunidad científica de esa pequeña Viena en la que todos se conocían rechazaba sus afirmaciones bautizándolas de "cuentos de hadas". Aunque Freud nunca terminara de renunciar a la teoría de la seducción, tampoco la reivindicó explícitamente, mientras los psicoanalistas dejaron, en su mayoría, de hablar de ella.  Había que encontrar a Edipo a toda costa, aunque hubiera que forzar a las histéricas a entrar en un nuevo lecho de Procusto.
  
Cuando, años más tarde, en 1905,  Freud publicó su Análisis fragmentario de una histeria,  el no creer en la palabra de su paciente Dora fue aún más grave que en los casos de Katharina y Rosalía. Freud  insistía una y otra vez que Dora- en el momento de la consulta ella tenía dieciocho años - estaba profundamente enamorada del Sr. K.  Freud no pudo- o no quiso- reconocer que Dora, aunque ella lo afirmara claramente,  había sido víctima de acoso sexual - el primero sufrido a los trece años - por parte de un hombre de la edad de su propio padre. "Él me ha entregado al señor K." decía, angustiada. En realidad se trataba de una recompensa por intermedio de la cual el Sr. K. toleraría la adúltera relación entre su esposa y el padre de Dora.  Cabría preguntarse también por qué, con tanta tranquilidad, el padre de Dora se anima a llevarla al tratamiento con Freud. Él espera una complicidad de parte del maestro del psicoanálisis: calmar a  su hija que se estaba poniendo demasiado molesta.

.  Aunque el psicoanálisis es, de todas las teorías psicológicas, la que posee mayor riqueza de conceptualización y aunque, según comprobamos, el tema del abuso surgió tempranamente en la misma teoría freudiana, los psicoanalistas cargamos todavía con una vieja cuenta pendiente en relación a nuestros pacientes abusados y a toda la comunidad. Cuenta pendiente que no terminamos de saldar por no ponernos de  acuerdo. La historia de este desacuerdo comienza cuando Freud abandona su teoría de la seducción, y se repite una y otra vez en el lapso de estos cien años de vida del psicoanálisis…
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 Avatares de la memoria

 Cuando la criatura abusada se vuelve adulta, con su desmentida logra convencerse,  muchas veces,  que el abuso no ocurrió.  Pero no debe confundirse este proceso con una simple represión, porque con ésta el resultado  es que un pensamiento, una imagen, un recuerdo permanecen inconscientes. 

En la represión la lucha es contra algo que proviene de uno mismo. En cambio, en el caso de la desmentida, la percepción que es dada por inexistente proviene de la realidad externa. Algo que existe no existe, algo que se ve no se ve, algo que sucede no sucede, algo que pasó no pasó. 

Cuando la desmentida se pone de tal manera en funcionamiento, el propio yo queda dañado, en tanto es atacada su capacidad  de reconocer una percepción, de aceptar algo como existente, de discriminar como propia una sensación corporal.  Este mecanismo psíquico es útil en algunos casos.  Todas las defensas  lo son, según el grado, el momento y la frecuencia con que nuestro yo las use en las diferentes etapas de nuestras vidas, en tanto nos ayudan a enfrentar  ansiedades y conflictos cotidianos. Pero, si alguno de esos mecanismos se utiliza en demasía, el psiquismo se daña. La amnesia de acontecimientos traumáticos,  fenómeno vinculado con la desmentida, se presenta a posteriori de un traumatismo psíquico y es común entre los sobrevivientes de guerra,  campos de concentración,  violación sexual, atentados terroríficos, abuso sexual, etc. 

Las  personas que han estado expuestas a situaciones traumáticas pueden tener síntomas de disociación (sonambulismo, alteraciones de la memoria) y  signos de stress postraumático (imágenes retrospectivas, alteraciones del sueño, pesadillas). También puede suceder que estas personas se replieguen y aíslen y/o que se depriman.  A veces tienden a restarle importancia a las realidades dolorosas del presente o están como insensibles o con sentimientos de vacío. Pero, como bien puntualiza el terapeuta David Calof, citado por Bass y Davis en su libro El coraje de sanar, “a diferencia de las personas sobrevivientes de desastres públicamente reconocidos, las personas que han sido abusadas sexualmente durante su infancia, no saben por qué se sienten así. Frecuentemente sus recuerdos del trauma o están fragmentados en desconcertantes mosaicos o no existen en lo absoluto”. 

Estas personas son “veteranas de guerra muy particulares”, guerras que han tenido lugar, por ejemplo en la cama de su propia habitación o en la casa del vecino, con una secuela de heridas que tal vez nunca hayan sido ni vistas ni curadas por nadie. Además,  rara vez existen testigos. En el escenario del abuso sólo se encuentran la pequeña víctima y el victimario.

   “La calidad siniestra y el efecto traumático devastador de la violencia familiar y política - reflexiona Carlos Sluzki - son generados por la transformación del victimario de protector en violento, en un contexto que mistifica o deniega las claves interpersonales mediante las cuales la víctima podría reconocer o significar los comportamientos como violentos”.  

En el caso del abuso sexual,  la criatura también  es privada de su capacidad de disentir o consentir. E incluso, frecuentemente, el acto de violencia es descalificado como tal por el victimario, que le dice al niño: Esto lo hago por tu propio bien, no te puede doler tanto, te va a gustar, vos me provocaste. Es así que a la desmentida usada por la criatura para defenderse se agregan mensajes por parte del ofensor que caracterizan la comunicación de doble vínculo.  

Si la familia o cualquier otra persona ante la cual el menor denuncia el abuso no le creen o no advierten, por otras señales, que tal abuso está sucediendo, agregan, con su desmentida, un nuevo acto de violencia sobre el psiquismo de la criatura. Para que una conducta pierda su efecto traumático debe ser calificado de tal. Una paciente relata la experiencia de abuso - ella tenía seis años -  diciendo que su tío era “un joven calenturiento”. La analista, llamando a las cosas por su nombre,  señala: “Ese fue un  tío abusador”.

  Por otra parte, aunque el abuso haya sido aislado, se instala en el aparato psíquico con la fuerza de  los que han sido reiterados, porque la víctima generalmente ha sufrido otros episodios de violencia: maltrato físico y psíquico y otras experiencias sexuales traumáticas muy comunes, sobre todo en la vida de las niñas: miradas obscenas, encuentros con exhibicionistas y frotters, etc.
...

  Respetar el silencio.

¿Por qué los pacientes no quieren hablar de esos temas?

 Quizás porque, como ya vimos,  en su momento hablaron y nadie los escuchó.  

Quizás porque sienten que ahora es demasiado tarde, que ya aprendieron a convivir con esa experiencia dolorosa tan temprana y que revivirla es como volver a transitar la situación traumática.

 ¿Se transforma ahora el  analista en una especie de abusador de ese psiquismo que se defendió como pudo para poder sobrevivir? ¿Se trata de situaciones tan traumáticas que son,  a veces,   no pasibles de elaboración? 

Como toda herida, el abuso deja una cicatriz, que con sólo rozarla se vuelve otra vez dolorosa.  Tal vez, como con los pacientes que sufrieron torturas, sólo debamos trabajar con los síntomas, respetando que necesiten silenciar el hecho traumático. 

Trabajar con ese síntoma y con los propios límites en cuanto a la posibilidad de conectarse con zonas muy dolorosas de su existencia, es una forma más que tendrá el paciente de poder  adueñarse de su vida y de poder animarse a vivir de manera más plena. Además, cuando un paciente que ha sufrido abuso empieza a saberse  dueño de sí, aprenderá a protegerse y a proteger a otros - por ejemplo, a sus hijos - de otras posibles  situaciones abusivas .
                 
    Subjetividad de los abusadores

¿Por qué el abuso se produce con tanta frecuencia?. ¿Por qué la mayoría de los abusadores son varones?. ¿Por qué la mayoría de las abusadas son niñas? 

 Para dar estas respuestas es insoslayable, como ya dijimos, considerar  la perspectiva de género  Sabemos que  las mujeres y los niños son los oprimidos mientras los varones son los opresores.  

El abusador usa la sexualidad como un instrumento de poder y de dominio sobre su víctima.  Ella, por necesitada e impotente, no tiene otra salida que la de someterse.  Igual que el exhibicionista, que el violador y el golpeador, al que comete abuso contra una criatura no lo mueve Eros sino el deseo de poder.

    El abusador en general no consulta. Algunos especialistas en el tema afirman que no se rehabilita. Aunque muchas veces  no presenta una patología evidente, sin duda la tiene. El DSM IV describe dos  cuadros que pueden adecuarse: trastorno antisocial de la personalidad y paidofilia - o lo que propongo denominar ofensa sexual.  El hecho de considerar  que el abusador está enfermo  no debe ser utilizado  como un argumento para desculpabilizarlo. 

En primer lugar, porque él  sabe lo que está haciendo. En segundo lugar, porque cada uno es responsable de sí mismo, aún de su enfermedad y de sus síntomas.  En tercer lugar porque  el abusador es peligroso, en tanto puede repetir el abuso. Él  cosifica a su víctima. No la considera un ser humano. Como la criatura abusada no es para él  su semejante, no siente empatía hacia ella. Sabemos que frecuentemente ellos también fueron víctimas de abuso.

    Son adecuadas las para mí muy ricas reflexiones del psicólogo Robert Lifton en relación a la conducta de los médicos nazis que participaron en el Holocausto. 

Lifton quería comprender cómo estos hombres podían matar y torturar a seres humanos, a través  de lo que ellos llamaban “experimentos médicos”, cómo podían elegir a quiénes iban a morir o a vivir y cómo podían después irse a sus casas, asistir a misa y jugar con sus hijos. 

Para explicar esta conducta inconcebible, pensó en el mecanismo del desdoblamiento, defensa disociadora que permitía a los médicos cometer actos atroces y mantener, a la vez,  una posición “respetable” en la sociedad. El desdoblamiento  fue, dice Lifton, el vehículo psicológico que permitió a los "fáusticos médicos nazis establecer un pacto con su entorno diabólico, entorno que les otorgaba el privilegio psicológico y material de una adaptación privilegiada a cambio de su participación en el Holocausto".  Lifton también cree en la responsabilidad. "Somos los únicos responsables morales de los pactos fáusticos que establezcamos, tengan estos lugar de manera consciente o inconsciente". 
                    
Créale otra vez a su neurótica, doctor Freud

  Créale otra vez a su Neurótica, doctor Freud, que, como dicen Ruth y Henry Kempe, "los niños no inventan historias relativas a actividades sexuales  a no ser que hayan sido testigos oculares de las mismas. Y, por supuesto, han sido testigos de los abusos sexuales cometidos contra ellos".  Por otra parte, el mismo creador del psicoanálisis decía, a raíz del caso Juanito:

“El niño no miente sin razón, y en general, se inclina más que los adultos hacia el amor por la verdad.(...) Liberado de su opresión, comunica a borbotones lo que es su verdad interior”.

 . Todos, psicoanalistas, abogados, pediatras, educadores, jueces, la comunidad toda,  tendríamos que animarnos a  creerle  a la  Neurótica de Freud. Así tal vez habría menos niños abusados y más sobrevivientes que se animarían a dejar  el  refugio - cárcel de su neurosis…”




 *    Isabel Monzón nació en Buenos Aires en 1941. Licenciada en Psicología, egresó en 1967 de la carrera de Psicología de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. En 1973, finalizó su postgrado de la Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados. En la Asociación de Psicología y Psicoterapia de Grupos hizo su formación en psicoterapia de parejas. Fue profesora adjunta en la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires y profesora titular en la Facultad de Psicología de la Universidad del Salvador. Socia fundadora del Ateneo Psicoanalítico, institución a la que perteneció hasta marzo del año 2002.  Fue directora de las dos primeras ediciones de la Revista del Ateneo Psicoanalítico. Especializada en "Familia lesbiana", integró el Grupo interdispciplinario de Investigación sobre Familias coordinado por la Dra. Silvia Hass en el Centro de Estudios Avanzados de la UBA. Es autora de varios trabajos presentados en jornadas y congresos científicos y de varias publicaciones realizadas en revistas y diarios. Es autora del libro "Báthory. Acercamiento al mito de la Condesa Sangrienta" que fue editado por Feminaria en el año 1994.

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