Luis Castellanos, y su equipo
de expertos en neurociencia cognitiva , Diana Yoldi y José Luis Hidalgo autores de «La ciencia del lenguaje positivo» Artículo
extraído de:
Carlota Fominaya - carlotafominayaMadrid
«Las palabras son
poderosísimas. Pueden llegar a determinar el rumbo de nuestro pensamiento,
nuestra actitud ante la vida e incluso, nuestra salud y longevidad». Esa es la
teoría de Luis Castellanos y su equipo, expertos en neurociencia, y autores del
libro «La Ciencia del lenguaje positivo». En él plantean que el uso de
determinadas palabras (o la ausencia de estas) en el día a día puede suponer la
diferencia entre el éxito y la derrota en cualquier ámbito. «El lenguaje nos
permite gestionar nuestra propia inteligencia», asegura. «Si nos parece normal
dedicar todos los días un tiempo a cuidar nuestro cuerpo, a asearnos, vigilar
nuestra dieta o hacer algo de ejercicio, ¿por qué no dedicar también a cuidar
cada una de nuestras palabras?», se pregunta Castellanos.
—La mayoría de nuestros deseos
están centrados en mejorar nuestras circunstancias, pero estamos lejos de
plantearnos mejorar nuestro lenguaje: así somos, así hablamos.
—El lenguaje refleja nuestra
existencia, nuestra historia, nuestras esperanzas. El lenguaje es un espejo de
cómo somos. Cuando somos conscientes de nuestras palabras nos damos cuenta de
que no vemos el mundo tal y como es, sino tal y como hablamos. Por eso quizá
cambiando el enfoque de ese espejo también podremos enfocarnos de otra manera,
cambiar, ambicionar cosas más grandes, una vida mejor, con más bienestar, más
alegría y más salud.
—¿Cómo podemos cambiar el uso
de las palabras?
—Habitando las palabras. Hablar
es habitar el mundo. Deberíamos hacernos cargo de nuestros vocablos, de su
destino. Un buen ejercicio es intentar identificar las palabras que queremos
que adquieran importancia en nuestra vida, aquellas que queremos «habitar». Nos
referimos a esas que te ayudan a crecer, que son las que deberíamos compartir,
las que nos ayudan a transformar nuestras vidas y a dar lo mejor que tenemos a
las personas que nos rodean.
—¿Por qué es tan importante
buscar ese lenguaje positivo?
—Esta científicamente
comprobado que el lenguaje positivo busca evolutivamente dirigir nuestra
atención y nuestra voluntad hacia el aspecto favorable de las cosas y de la
vida. Tomar conciencia de nuestro lenguaje es fundamental para escribir nuestro
destino. Es más, las palabras influyen en nuestra posibilidad de supervivencia,
ya que la expresión de emociones positivas hace que nos fijemos, que prestemos
atención, a aquellos estímulos físicos y mentales que cada vez son más relevantes
para llevar una vida duradera, plena y con el mayor grado de felicidad posible.
Somos unos firmes convencidos de las funciones vitales del lenguaje positivo en
nuestra mente ejercen una influencia creativa en las decisiones más profundas
que tomamos. Nuestras decisiones lingüísticas crean nuestra historia.
—¿Palabras son hechos?
—Palabras son hechos siempre.
Tanto si haces lo que has dicho que vas a hacer, como si no lo haces. En el
primer caso estarás mostrando un estilo de acción que genera confianza, mientras
que en el segundo caso tu estilo de acción generará otro tipo de respuestas.
Este es el poder de las palabras.
—También en el sentido
negativo. La pareja, los padres, o los hijos son los que suelen soportar los
efectos devastadores del lenguaje de la ira. Es lo que José Luis Hidalgo,
coautor del libro, ha denominado el «Hulk en casa».
—Esto es así. El enfado
desmesurado se propaga con mayor facilidad en los entornos íntimos. Se trata de
una cuestión de confianza, y hacemos uso de ello. Las mayores muestras de enojo
las solemos cometer en casa, ese terreno que sabemos seguro y donde no hay que
fingir. Después del enfado sabes que nadie se irá de casa, que te seguirán
queriendo, y que todo quedará en un hecho puntual. Sin embargo, a menudo
maltratamos a las personas que nos quieren bien con nuestros gestos
indisimulados de fastidio, con nuestro lenguaje descuidado, con palabras
hirientes.
—Sabemos entonces que
descuidamos los entornos más queridos pero, ¿qué podemos hacer para evitarlo?
¿Cómo podemos reconocer y reconducir estas reacciones exageradas ante hechos
insignificantes?
—Hay dos momentos clave para
nuestro entrenamiento. Uno tiene que ver con «cómo llegamos a casa», y el
segundo, con reconstruir o reparar lo que inconscientemente, hemos dañado.
—¿Qué puedes hacer en lo
relativo a «cómo llegas a casa»?
—Es importante realizar un pequeño
acto, una señal de respeto, frente a la puerta de entrada, que puede consistir
en respirar antes de girar completamente la llave. Es un simple gesto con el
que asumir que accedemos a otra energía, a un escenario con otro ritmo, y que
al cruzar el umbral de la misma nos vamos a incorporar a un nuevo espacio.
Físicamente tiene que ver con la pausa, con un momento de silencio que
aprovechamos para observar, para ver de verdad a las personas que nos esperan.
—Pero, ¿cómo reparamos los
daños una vez que Hulk ha hecho estragos?
—En este caso es importante
cuidar nuestro diálogo interior y no culpabilizarnos en exceso. Solemos
tratarnos duramente cuando perdermos los papeles, lo pasamos mal precisamente
por haber hecho que lo pasan mal los demás, renegamos más de la cuenta y
alargamos innecesariamente la reflexión sobre las causas de nuestro
comportamiento. Pensamos que así podremos curar las heridas cuando es
precisamente lo contrario. Para enfrentarnos a los daños causados por nuestra
ira podemos decir: «devuélveme lo que te he dicho, no era para tí».
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El Jardín de Junio @ElJardindeJunio
Nuestros queridos lectores,
muchas gracias por haber elegido #LaCienciaDelLenguajePositivo Un fuerte abrazo
a todos!
10:28 AM - 27 Apr 2016
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—Igual que las palabras curan,
dicen ustedes en su libro que el silencio es asesino y que se hereda de padres
a hijos.
—En efecto. Castigar con el
silencio es más peligroso que con palabras. El silencio es asesino, y se hereda
de padres a hijos. Es un pozo sin fondo porque cuando se intenta salir ya no
hay marcha atrás, se trata de un camino sin retorno cierto. Pertenece a la
familia de la ira, pero puede ser más dañino que ella. Es casi imposible mentir
cuando se habla enfadado, lo decimos mal, pero decimos lo que pensamos.
—¿Qué hacer con esta variable
tan temida de la ira?
—Nosotros hemos identificado
una cosa que se puede utilizar para romperlo: el tacto. Con el tacto surge...
la palabra. Una cosa lleva a la otra. Lo hemos comprobado muchísimas veces en
las formaciones que solemos impartir: a los alumnos les privamos de vista, los
dejamos sentados en soledad y se callan. Entonces, les damos la mano de un
compañero, da igual de quién sea, y empieza la conversación. Siempre obtenemos
el mismo resultado. Sin duda, el tacto es la antesala del lenguaje verbal, de
la comunicación fluida y sincera, es el gran desatascador de las relaciones
humanas.
Consejos
de Castellanos para trazar un plan linguístico en nuestro entorno familiar
1. Incrementemos las palabras
que tienen que ver con el sentimiento positivo y hagamos visibles esas palabras
de algún modo; una forma creativa consiste en hacer de la cocina un «fortín» de
positividad, es allí donde solemos invertir más tiempo, tomar decisiones,
compartir una buena charla o desvelar lo que nos preocupa en busca de un buen
consejo mientras tomamos un café o preparamos la cena, así que colocar a la
vista—en los azulejos o en la nevera—unas simples palabras elegidas hacen que
nos sintamos francamente bien.
2. Sorprendamos con algún
«detallito», música, algo rico para compartir y, por supuesto, un post-it con
algún mensaje especial que se desliza en una cartera, un bolso o un estuche
escolar; elijamos las palabras y el momento donde ese mensaje puede ser más
eficaz. Atrevámonos, incluso, a dejarlo en algún lugar donde esa persona tarde
en encontrarlo, como en el bolsillo de un abrigo, debajo de una almohada o la
sorpresa de la luna del coche.
3. Rebajemos el verbo «ser» y
sus consecuencias que nos limitan, etiquetan y generan prejuicios; utilicemos
mejor el verbo «estar», «parecer» o «comportarse», de forma que un «eres tonto»
quede en un «estás tonto».
4. Hagamos asambleas divertidas
centrándonos en las fortalezas de cada uno, juguemos a decirnos cómo nos vemos
desde lo positivo, precisamente, para construir posteriormente aquello que tenemos
que mejorar. Podemos expresarlo mediante palabras, dibujos, cuentos, etc.
5. Cuando preguntemos «¿cómo
estás?», procuremos sentarnos, apagar la tele y callar, no sólo exterior, sino
interiormente, anulemos los prejuicios, detengamos los argumentos o las
interpretaciones que suelen ocupar nuestra mente y busquemos la calma interior.
8. Elaboremos un calendario
emocional para expresar nuestros sentimientos, hagámoslo físicamente con
cuadros grandes para que cualquiera pueda poner en la casilla correspondiente
palabras a lo que les ocurre por dentro, propiciando el conocimiento emocional
compartido. Expresar emociones de esta forma nos capacita para convivir con
ellas creando ambientes protectores.
9. Incrementemos la cantidad de
«síes» y rebajemos la de los «noes», fijémonos más en lo que tienen y no tanto
en lo que les falta, anotemos logros, méritos, agradecimientos, hagámosles
saber unos y otros de forma directa, sencilla, pública y abundante;
equilibremos de una vez las incapacidades con las capacidades, convirtamos los
imposibles en improbables, cambiemos la tendencia y empoderemos a las personas
que nos acompañan vitalmente. Saldremos realmente favorecidos.
10. Demos más importancia a la
voz humana... La tradición oral, escuchar algo de alguien, algo que nos importa
de alguien que, incluso, no conocemos. La historia que se cuenta en el reino
confortable de la cama convierte a nuestros hijos se vuelven más inteligentes,
su inconsciente aprende y retiene nuevas palabras, giros complicados incluso. De
todas las historias, las que más captan nuestra atención son las que hablan de
nosotros mismos, las que hablan de lo cotidiano, de lo que les sucedió hace ya
tiempo a nuestros mayores.
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