Zygmunt Bauman:
“Vivimos en dos mundos paralelos y diferentes: el online y el offline”
Publicado por: Ssociólogos julio 6, 2014 7 Comentarios
Hemos llegado a un punto en el que
pasamos más tiempo frente a pantallas que frente a otras personas y eso tiene
efectos perturbadores que no solemos percibir, dice este pensador.
En un mismo tono de voz e igual grado
de expresividad, Zygmunt Bauman, el sociólogo más influyente de las últimas
décadas, hace chistes sobre su sordera y reflexiona sobre la doble vida -online
y offline- que, según él, define nuestra modernidad. “Venga de este lado –y
señala el audífono escondido en su oído izquierdo- así puedo escuchar algo de
lo que usted me diga y conversamos”, dice en una terraza de Lignano Sabbiadoro,
el refinado balneario de la costa friulana, cerca de Udine, hasta donde Bauman
vino a recibir el Premio Hemingway en la categoría Aventura del Pensamiento.
Acaba de guardarse la pipa en el bolsillo. Tiene todavía en la mano dos
encendedores y el paquete de tabaco Clan Aromatic, un blend de catorce tabacos
diferentes elaborado en Holanda.
¿Qué aspecto de la vida moderna le hace
perder el sueño últimamente?
Bueno, trato de simplificar y de
encontrar un denominador común en lo que pienso y en lo que digo porque vivimos
en un mundo problemático y lo que subyace en común en todas las manifestaciones
de los inconvenientes de estos tiempos es la fluidez, la liquidez actual que se
refleja en nuestros sentimientos, en el conocimiento de nosotros mismos.
Bauman ya era un sociólogo prestigioso
cuando lanzó su concepto líquido -esa idea de inconsistencia que para definir
el mundo que nos rodea aplicó a la vida, al amor y a la modernidad- que le
valió notoriedad mediática y popular: “Elegí llamar ‘modernidad líquida’ a la
creciente convicción de que el cambio es lo único permanente y la incerteza la
única certeza –dice él-. La vida moderna puede adquirir diversas formas, pero
lo que las une a todas es precisamente esa fragilidad, esa temporalidad, la
vulnerabilidad y la inclinación al cambio constante”.
¿Seguimos dominados por la
incertidumbre?
La incertidumbre es nuestro estado
mental que está regido por ideas como “no sé lo que va a suceder”, “no puedo
planificar un futuro”. El segundo sentimiento es el de impotencia, porque aun
cuando sepamos qué es lo que debemos hacer, no estamos seguros de que eso vaya
a ser efectivo: “no tengo los recursos, los medios”, “no tengo el poder
suficiente para encarar el desafío”. El tercer elemento, que es el más dañino
psicológicamente, es el que afecta la autoestima. Uno se siente un perdedor:
“no puedo mantenerme a flote, me hundo”, “son los demás los exitosos”. En este
estado anímico de inestabilidad, maníaco, esquizofrénico, el hombre está
desesperado buscando una solución mágica. Uno se vuelve agresivo, brutal en la
relación con los demás. Usamos los avances tecnológicos que, teóricamente
deberían ayudarnos a extender nuestras fronteras, en sentido contrario. Los
utilizamos para volvernos herméticos, para cerrarnos en lo que llamo “echo
chambers”,un espacio donde lo único que se escucha son ecos de nuestras
voces, o para encerrarnos en un “hall de los espejos” donde sólo se refleja nuestra
propia imagen y nada más.
¿Dónde lo pasamos mejor, online u
offline?
Hoy vivimos simultáneamente en dos
mundos paralelos y diferentes. Uno, creado por la tecnología online, nos
permite transcurrir horas frente a una pantalla. Por otro lado tenemos una vida
normal. La otra mitad del día consciente la pasamos en el mundo que, en
oposición al mundo online, llamo offline. Según las últimas investigaciones
estadísticas, en promedio, cada uno de nosotros pasa siete horas y media
delante de la pantalla. Y, paradojalmente, el peligro que yace allí es la
propensión de la mayor parte de los internautas a hacer del mundo online una
zona ausente de conflictos. Cuando uno camina por la calle en Buenos Aires, en
Río de Janeiro, en Venecia o en Roma, no se puede evitar encontrarse con la
diversidad de las personas. Uno debe negociar la cohabitación con esa gente de
distinto color de piel, de diferentes religiones, diferentes idiomas. No se
puede evitar. Pero sí se puede esquivar en Internet. Ahí hay una solución mágica
a nuestros problemas. Uno oprime el botón “borrar” y las sensaciones
desagradables desaparecen. Estamos en proceso de liquidez ayudada por el
desarrollo de esta tecnología. Estamos olvidando lentamente, o nunca lo hemos
aprendido, el arte del diálogo. Entre los daños más analizados y teóricamente
más nocivos de la vida online están la dispersión de la atención, el deterioro
de la capacidad de escuchar y de la facultad de comprender, que llevan al
empobrecimiento de la capacidad de dialogar, una forma de comunicación de vital
importancia en el mundo offline.
Si nos sentimos cómodos conectados,
¿para qué nos haría falta recuperar el diálogo?
El futuro de nuestra cohabitación en la
vida moderna se basa en el desarrollo del arte del diálogo. El diálogo implica
una intención real de comprendernos mutuamente para vivir juntos en paz, aun
gracias a nuestras diferencias y no a pesar de ellas. Hay que transformar esa
coexistencia llena de problemas en cooperación, lo que se revelará en un
enriquecimiento mutuo. Yo puedo aprovechar su experiencia inaccesible para mí y
usted puede tomar algún aspecto de mi conocimiento que le sea útil. En un mundo
de diáspora, globalizado, el arte del diálogo es crucial. La diasporización es
un hecho. Estoy seguro de que Buenos Aires es una colección de diversas
diásporas. En Londres hay 70 diásporas diversas: étnicas, ideológicas,
religiosas, que viven una al lado de la otra. Transformar esta coexistencia en
cooperación es el desafío más importante de nuestro tiempo. Diálogo significa
exponer las propias ideas aun asumiendo el riesgo de que en el transcurso de la
conversación se compruebe que uno estaba equivocado y que el otro tenía razón.
El mejor ejemplo lo ha dado su Papa, el Papa argentino: apenas asumió,
Francisco concedió su primera entrevista a Eugenio Scalfari, decano de los
periodistas italianos y ateo confeso, y a un diario anticlerical como esLa
Repubblica.
¿La vida online es un refugio o un
consuelo a esa falta de diálogo?
Hallamos un sustituto a nuestra
sociabilidad en Internet y eso hace más fácil no resolver los problemas de la
diversidad. Es un modo infantil de esquivar vivir en la diversidad. Hay otra
fuerza que actúa en contra y es el cambio de situación en la regulación del
mercado del trabajo. Los antiguos lugares de trabajo eran ámbitos que
propiciaban la solidaridad entre las personas. Eran estables. Eso cambió hoy
con los contratos breves y precarios. Las condiciones inestables, fluctuantes y
sin perspectivas de carrera no favorecen la solidaridad sino la competencia.
Estos dos factores no incentivan a la gente para el diálogo. Soy una persona ya
mayor y creo que me voy a morir sin ver este problema resuelto.
Surgen en distintos lugares del mundo,
sin embargo, procesos de autoorganización social desde abajo. Vecinos que se
autogestionan para resolver problemas como la inseguridad o para recuperar la
sociabilidad perdida. ¿Es una alternativa o un paliativo?
Lo que usted señala es muy importante.
Es crucial para la actual situación porque todas las instituciones de acción
colectiva que heredamos de nuestros ancestros, aquellos que desarrollaron las
bases de la democracia moderna como el poder tripartito, el parlamento en las
democracias representativas, las elecciones, la Corte Suprema, ya no funcionan
adecuadamente. Todas estas instituciones tenían una única y misma idea en
mente: establecer las reglas de la soberanía territorial. Pero vivimos en
condiciones de globalización, lo que significa que nadie es territorialmente
independiente. Ningún gobierno hoy puede decir que tiene pleno control de la
situación porque se vive en un mundo globalizado donde los mercados, las
finanzas, el poder, todo está globalizado. Entonces, aquellas instituciones que
una vez fueron efectivas en establecer la independencia territorial para un
mejor desarrollo del Estado moderno, hoy son inservibles para afrontar el tema
de la interdependencia a la que nos enfrenta la globalización.
¿Los gobiernos son ciegos o necios al
punto de no admitir la globalización?
Proponen soluciones locales a problemas
globales. No se puede pensar con esta lógica. Es preciso desarrollar soluciones
que renieguen de las fronteras territoriales del mismo modo que lo han hecho
los bancos, los mercados, el capital de inversiones, el conocimiento, el
terrorismo, el mercado de armas, el narcotráfico.
¿Y eso daría origen a las nuevas formas
de autoorganización?
Surgen proyectos interesantes como Slow
Food o Médicos Sin Fronteras. Jeremy Rifkin (economista y teórico social
estadounidense) escribió un libro que se publicó el año pasado – The
Zero Marginal Cost Society. The Internet of
Things, The Collaborative Commons, and the Eclipse of Capitalism (El costo
social cero. La
Internet de las cosas, los bienes comunes colaborativos y el eclipse del
capitalismo)- donde señala que una nueva realidad está emergiendo aún
inadvertida por la opinión pública. Los mercados competitivos están siendo
reemplazados por lo que él denomina “collaborative commons” ,
el bien común colaborativo, donde la gente no busca la ganancia personal sino
la cooperación, reunir fuerzas y compartir. Compartir conocimiento, recursos.
Compartir felicidad, compartir welfare .
¿Usted está de acuerdo?
No sabría decir si Rifkin tiene razón o
no. El dice que la tecnología resolverá el problema, que lo hará por nosotros.
Para mí eso es una reedición del determinismo tecnológico que no me gusta. Me
resulta improbable sugerir que la cuestión esté resuelta y que el éxito de la
transformación en curso esté preestablecido. Un hacha se puede usar para cortar
leña o para partirle la cabeza a alguien: mientras la tecnología determina la
serie de opciones abiertas a los seres humanos, no determina cuál de estas opciones
al final será elegida o descartada. Qué puede hacer el hombre es tal vez una
pregunta que puede dirigirse a la tecnología. Pero qué hará el hombre debe
preguntarse a la política, a la sociología, a la psicología. La gente está
buscando alternativas a las instituciones que no están funcionando. Hacen lo
que nadie hará por ellos. Eso es innegable.
Artículo de Marina Artusa en Clarín
VIDEO CON ENTREVISTA A ZYGMUNT BAUMAN
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