El
abuso incestuoso constituye la principal modalidad de violencia sexual contra
las niñas en el país. ¿Por qué no estamos hablando de esto?
·
r
Artículo publicado por VICE Colombia. https://www.vice.com/es_latam/article/qv9nn7/en-colombia-la-violencia-sexual-comienza-por-casa-mutante-acoso-violaciones
* VICE reproduce este
texto en el marco de una alianza mediática que sostiene con el diario
colombiano El Espectador.
**Este reportaje hace
parte de #HablemosDeLasNiñas: la primera conversación social sobre violencia y
desigualdad de género en la infancia en Colombia. Participa, conoce más de la
iniciativa y haz tu aporte en www.mutante.org.
Cristina sorprendió a su esposo correteando a las
niñas por toda la casa mientras les tomaba fotos con el celular. Sonia y Lucía,
de 8 y 6 años, gritaban pidiendo auxilio mientras su papá trataba de
alcanzarlas. Les hizo fotos en la habitación mientras se ponían la pijama, en
el baño mientras se bañaban, en donde quiso. Eran sus hijas y podía hacer con
ellas, como él tanto repetía, “lo que se le diera la gana”.
“Por esos días las niñas estaban afectadísimas.
Iban muy mal en el colegio, no dormían, tenían pesadillas, se orinaban en la
cama. Al otro día dije ‘no más’ y me fui”, cuenta ella con sorprendente calma,
sentada en la sala de su casa en un edificio en el norte de Bogotá.
“Cuando nos separamos las niñas estaban felices.
Empezaron a mejorar en el colegio. Las veían sonrientes otra vez. Entonces yo
empecé a preguntarme: ¿qué está pasando aquí? ¿Si yo pensaba que ellas amaban a
su papá, que lo adoraban, que era el mejor papá del mundo?”.
Ocurría que su esposo, un reconocido médico y
militar, llevaba dos años violándolas.
Las cosas por su nombre
La historia de Cristina no es una rareza. En
Colombia, las denuncias por abuso sexual contra niños, niñas y adolescentes han
venido creciendo durante la última década, llegando a un tope histórico en 2017
con 20.633 casos reportados por Medicina Legal. De ese total, 15.131
correspondían a niñas menores de 14 años.
Por lo general, estas cifras se reportan sin mayor
desagregación. Se han vuelto un paisaje que se repite cada seis o doce meses, y
que se complementa con escándalos puntuales, que duran poco sin que nos
detengamos a observar con más detenimiento las dinámicas y particularidades de
los abusos. Sin embargo, si miramos las cifras con cuidado comienzan a emerger
mayores dimensiones problemáticas, como la de las hijas de Cristina, víctimas
de la principal modalidad de abuso infantil en Colombia: el abuso sexual
incestuoso.
Sólo el año pasado, 7.291 niñas menores de 14 años
fueron abusadas por sus padres, abuelos, padrastros, hermanos, tíos y primos,
un 48% del total de casos reportados. Los principales abusadores fueron los
padrastros (2.189 casos), seguidos de los padres (1.417). En lo que va corrido
de 2018, la tendencia es la misma: 5.755 niñas menores de 14 años han sido
abusadas por un familiar.
Lo anterior es solo lo que se sabe, lo que ingresa
al sistema de justicia, porque el abuso y la violación en las familias son
prácticas silenciadas. Una de las pocas encuestas que existe sobre violencia
sexual en Colombia, realizada en 2015 y en zonas de conflicto, corroboró que
los familiares son los principales victimarios, y lo más grave, que el 78% de
las víctimas se quedan calladas.
Así las cosas, se podría estimar que el año pasado
unas 36.000 niñas menores de 14 años fueron abusadas por familiares. El mismo
número de espectadores que le cabe al estadio bogotano Nemesio Camacho El
Campín.
Uno de cada dos agresores es familiar
El antropólogo Claude Lévi-Strauss enunció a
mediados de siglo XX que todas las sociedades compartimos la norma o el tabú de
no aparearnos con nuestros parientes. La psicología evolutiva también ha
sugerido que los humanos y otras especies hemos desarrollado mecanismos para
evitarlo. Esto, debido a que “el proceso evolutivo está sujeto a la capacidad
reproductiva y el incesto puede llevar a una descendencia con alteraciones”,
como explica el genetista colombiano Jaime Bernal. Como en el Macondo de Gabo,
donde el último de los Buendía, producto de otra relación incestuosa en aquel
manglar genealógico, nació con cola de marrano.
Pero el
incesto no solo se comete con mucha frecuencia en Colombia y el mundo, sino que
además se ejerce de forma abusiva. Un informe del Comisionado para los Niños de
Inglaterra estimó en 2015 que por lo menos el 60% de los abusos sexuales hacia
menores en ese país eran cometidos por un familiar. En Estados Unidos, Darkness to Light, organización dedicada a la atención y prevención del abuso,
publicó un informe ese mismo año en el que señalaba que el 50% de los casos de
abuso sexual en menores de seis años fueron perpetrados por un pariente. Los
mismos reportes aparecen en Argentina, Chile, Ecuador, Sudáfrica...
La
pregunta es: ¿por qué no estamos hablando de esto en Colombia?
La
Organización Mundial para la Salud (OMS) no solo ha señalado que la violencia
contra las mujeres es un “problema de salud pública de proporciones
epidémicas”. También ha hecho un llamado a que se entienda que el abuso sexual
infantil “es un fenómeno único, cuyas dinámicas son por lo general muy
distintas a las del abuso sexual en la adultez, y por eso mismo este tipo de
abuso no puede ser manejado de la misma manera”. El abuso infantil, según la
entidad, ocurre por lo general sin que haya fuerza, fruto de la manipulación y
el abuso de confianza, no suele ocurrir una sola vez y tiende a prolongarse en
el tiempo. Y lo más importante: “el victimario es por lo general alguien
conocido en el que se confía”.
En el caso colombiano, uno de cada dos agresores es
familiar de la víctima.
Los efectos de la traición
“Yo no volví a creer ni en mi sombra”, dice
Maryluz: una mujer de 41 años que fue abusada por su papá —un reputado capitán
de marina— desde los 9 hasta los 16 años. “Fue como un rompimiento de la
integridad de la persona porque ocurrió a muy temprana edad. La confianza se
pierde por completo”, dice. Son las 7:00 de la mañana de un viernes y su niña
de 10 años acaba de salir para el colegio. “Mi hija siente las mismas angustias
que yo siento. También desconfía de todo y de todos”.
Maryluz le confesó lo ocurrido a su hija y al resto
de la familia cuando la niña cumplió 9 años, la misma edad que ella tenía
cuando comenzó a ser abusada. “Yo era su objeto sexual. Él hacía de todo
conmigo o me ponía a hacerle cosas”, contó después de callar durante 32 años.
El silencio es una constante en el abuso
incestuoso. “El abusador te hace sentir culpable y además deposita en ti la
carga del secreto”, cuenta Liliana, una joven psicóloga quien fue abusada por
su padre entre los 9 y los 14 años. Luego de violarla en su cuarto en las
noches, el hombre, jefe de logística de una importante empresa de productos
alimenticios, solía decirle que si lo delataba, le haría lo mismo a su
hermanita menor. O peor: mataría a su mamá.
"El secreto sella el pacto de
silencio que el abusador necesita para poder continuar con su conducta… Y una
de las primeras cuestiones que el secreto elimina es la responsabilidad: el
abusador convence al niño de que, a partir de ahora, todo lo que suceda será
responsabilidad de la víctima, no del victimario".
“Cuando
uno es niño, uno se las cree”, cuenta ella. “Además de todo, uno se siente
culpable, porque el cuerpo siente…”.
Según
las psicólogas argentinas Sandra Baita y Paula Moreno, “el secreto sella el
pacto de silencio que el abusador necesita para poder continuar con su
conducta… Y una de las primeras cuestiones que el secreto elimina es la
responsabilidad: el abusador convence al niño de que, a partir de ahora, todo
lo que suceda será responsabilidad de la víctima, no del victimario. A la vez,
permite que la actividad sexual prosiga y se repita”.
Pero
el silencio en el abuso incestuoso tiene varias capas. Al hablar con sus
familiares, muchas niñas que logran superar el miedo y la vergüenza se encuentran
con el tabú y un nuevo silenciamiento. Algunas terminan siendo culpadas por sus
allegados y muchas más son obligadas a callar porque la familia depende
económicamente del abusador. Secuestradas en su propio hogar, son condenadas a
vivir un trauma sin justicia ni sanación.
Recogiendo
numerosos estudios científicos sobre la materia, la Organización Mundial de la
Salud ha identificado un amplio abanico de efectos físicos y psicológicos que
tiene el abuso sobre los niños y niñas. Estos incluyen desórdenes
gastrointestinales, ginecológicos, síntomas de depresión y estrés
postraumático, y abuso de sustancias. Una niña o un niño abusado puede
presentar, además, conductas autolesivas o suicidas. Un estudio publicado en
2016 por un grupo de investigadoras de la Universidad de Boyacá encontró que,
de 25 casos de estudiantes que habían sido violados por penetración, todos
habían tenido intentos de suicidio.
Como Sonia, la hija mayor de Cristina. “‘Mami:
¿cómo me quito esta película de la cabeza? No logro pararla’, me dice, y entra
en unas depresiones tenaces. Empieza a cortarse. Intenta suicidarse. Dice que
ella no quiere vivir”, cuenta su mamá y, por primera vez, se le quiebra la voz.
“Vaya atienda a su papá”
Según el artículo 237 del Código Penal, en Colombia
el incesto es un delito. También es un delito tener relaciones sexuales con una
niña menor de 14 años. La ley contempla la penetración a una niña como acceso
carnal abusivo, con penas de entre 12 y 20 años de cárcel. Cualquier otro acto
sexual, como los tocamientos, es castigado con penas entre 9 y 13 años.
En entornos familiares, este tipo de abuso no
distingue clase social, género ni religión, dice Unicef en una guía de
violencia sexual infantil publicada en 2015. Lucrecia Caro, psicóloga que lleva
30 años atendiendo víctimas y victimarios de abuso sexual infantil, afirma que
ha atendido pacientes “desde estrato menos cero hasta ocho mil, casos en los
que los agresores son presidentes de multinacionales, maestros, médicos,
abogados, albañiles... hasta médicos especializados en derechos de las mujeres
que abusaban de sus hijas”.
El problema es más común de lo que queremos creer.
Caro asegura que, como sociedad, nos hemos dado
“ciertas licencias” para tolerar —o ignorar o minimizar o silenciar— la
violencia sexual en las familias. Hay incluso rastros de estos dispositivos en
manifestaciones culturales cotidianas, como los dichos. Algunos ejemplos:
“Entre primos más me arrimo y entre hermanos más bacano” o “El que cría el
pollito se come el huesito”.
La
psicóloga recita estos refranes cuando le preguntamos que si esta modalidad de
violencia puede entenderse como rasgo de una sociedad. En contextos machistas,
afirma, “el hombre tiene el poder sobre las mujeres, los niños y las niñas. Y
lo que priman son sus necesidades, no las de ellos”. Muy en línea con la
opinión de la escritora Carolina Sanín, quien afirma que el abuso sexual es una
consecuencia del patriarcado, una estructura que le entregó a los padres el
control de la sexualidad de las niñas: “Ese control lleva a la noción de que la
sexualidad es propiedad de ellos”.
Cuando
nacieron Sonia y Lucía, el esposo de Cristina en efecto empezó a ejercer un
dominio enfermizo sobre ellas. “No quería que nadie las tocara, ni siquiera yo.
Las alejó de mi familia. Y con mentiras y chantajes las puso en mi contra”. Al
mismo tiempo empezó a abusarlas sistemáticamente. “Las entraba al baño y ponía
seguro. Era la época en que peleaba conmigo y me decía ‘yo las baño, yo las
visto, vete tu a misa’... Él se sentaba en un butaquito dentro de la ducha y,
en la enjabonada, les tocaba todo”.
El problema es más común de lo que
queremos creer.
Astrid
Castellanos, directora de la Casa de la Mujer en Tunja, va más allá. “Aquí en
Boyacá el incesto ha sido histórico”, afirma. “Aún hoy, en pleno siglo XXI,
puedes escuchar a un padre decir que tiene el primer derecho a estar
sexualmente con sus hijas”.
“Nuestro país ha engendrado unas dinámicas de abuso
que no van parar a menos que haya un esfuerzo cultural. Y no en el sentido de
leerles a las niñas y niños un cuento, o llevarlos a teatro, sino un cambio
profundo, real, en la cultura de las personas que componen una familia, que son
las mismas que componen un país”, dice la escritora Yolanda Reyes, experta en
temas de familia y educación.
“Nosotros conocimos casos de mamás que le dicen a
la hija ‘vaya atienda a su papá’ como si le estuvieran diciendo ‘vaya sírvale
un tinto’”, cuenta Óscar Sánchez Jaramillo, exsecretario de Educación de
Bogotá. “Este tipo de violencia está extremadamente naturalizado y
generalizado. Y no hay recursos, no hay políticas, que resuelvan el problema de
fondo. Es un problema de transformación cultural”.
¿Y el Estado?
El Instituto Colombiano de Bienestar Familiar
(ICBF) es la entidad responsable de la defensa y el restablecimiento de los
derechos de los menores de edad vulnerados en el país, lo que la convierte en
la principal responsable de enfrentar el tema de abuso sexual en la infancia.
Desde el 2 agosto hemos buscado hablar con alguna de sus directivas al respecto,
pero al cierre de este reportaje no recibimos respuesta.
Solo a través de un derecho de petición logramos
acceder a estas cifras: el año pasado, la institución atendió 10.101 casos de
violencia sexual en mujeres menores de 18 años, mientras que Medicina Legal
registró 17.557. Ahora, si ambas entidades hacen parte de la misma ruta de
atención, ¿significa esto que el ICBF no acompañó a 7.456 niñas?
Además de la atención a las víctimas, es urgente
hablar del tema y formular políticas de prevención. Carlos Valdés, director de
Medicina Legal, dice que “hay que aceptar que este tipo de violencia existe y
hablar de ella en todos los ámbitos: en los sociales, en los económicos, en los
educativos...”.
Varios estudios han demostrado que la respuesta
está, en gran medida, en la educación. Un artículo publicado por la Asociación
Internacional de Psiquiatría Infantil y Adolescente y Profesiones Afines en
2013, señala que incluso los programas educativos universales (que abordan este
tema desde un enfoque global y no desde las particularidades de cada sociedad),
son eficaces para que los niños desarrollen conocimientos sobre abuso sexual y
habilidades preventivas.
Óscar Sánchez afirma que las políticas públicas del
sector educativo en esta materia se quedan cortas frente a la problemática, en
especial las relacionadas con la orientación escolar o la atención psicosocial.
Por norma, los colegios del país deben tener un grupo de psicoorientadores que
observen, analicen, identifiquen y reporten posibles casos de abuso sexual. Y
además, que trabajen en prevenirlos. La norma, de 1974, obliga a que haya un
orientador escolar por cada 250 estudiantes.
En la práctica, Sánchez calcula que en Colombia
cada psicoorientador atiende a mil estudiantes. Un cálculo optimista frente a
la realidad de capitales como Montería, en donde la Secretaría de Educación
reveló que solo cuenta con 51 psicoorientadores para 79.000 estudiantes (1.500
niños por profesional); o Cúcuta, donde el Concejo de la ciudad denunció en
julio pasado que existían tan solo 58 psicoorientadores para unos 175.000
estudiantes (3.000 niños por profesional). Nos comunicamos con el Ministerio de
Educación para conocer el promedio de psicorientadores en los colegios en
Colombia, pero su oficina de prensa nos informó que estos datos “no se tienen
consolidados”.
La norma también establece que los
psicoorientadores deben reportar a las autoridades los casos de abuso, pero el
exsecretario afirma que el número de casos reportados es “insignificante”.
“Como está tan generalizado, las escuelas no dan abasto ni siquiera para
prestarles atención una vez los identifican”, dice. Y no solo eso. Los maestros
no reportan los casos porque le temen a la reacción de las familias, porque su
propia moral se los impide o porque simplemente no saben cómo hacerlo.
Hasta los colegios se extiende ese silencio que
reina en los crímenes de abuso sexual intrafamiliar.
Desde hace cinco años, el Gobierno tiene la
obligación de crear un Sistema Unificado de Información para que los colegios
registren los casos de violencia sexual y embarazo adolescente, que hasta el
momento no se ha implementado. El Ministerio de Educación nos aseguró que en
septiembre empezará a probarse elsoftware en algunos colegios y que
para 2019 estará en marcha en todo el territorio nacional.
Leer a los niños
Cristina y Maryluz son pacientes de la psicóloga
Lucrecia Caro. Cuando ella les habló de esta investigación, las dos aceptaron
compartir sus testimonios pidiendo la reserva de sus identidades. Todavía no
sienten que el suyo sea un capítulo cerrado; el abuso sexual es un trauma
complejo de tramitar. Pero sí quieren hablar, advertir y dar pistas para que
otras puedan actuar a tiempo. “Yo necesitaba hacer algo para sentirme un poco
mejor”, dice Maryluz, “y mi terapeuta me dijo que la mejor manera era evitando
que otras víctimas cayeran. ¿Y cómo haces eso? Hablando”.
Yolanda Reyes repite una y otra vez que “lo único
profundamente preventivo” en estos casos es enseñarles a los niños y niñas,
desde las casas y desde los colegios, a hablar: a decir “este es mi espacio”,
“no quiero que me toquen” o algo tan sencillo como “no quiero saludar de beso a
todo el mundo”.
“Hay que ver a los niños y a las niñas como sujetos
de derecho, no como objetos, ositos de peluche o personitas en miniatura. Una
niña que puede decir cosas, que es reconocida como sujeto autónomo, tiene una
coraza preventiva. No se puede garantizar que no le pase, pero sí podemos
garantizar que hay alguien en quien puede confiar, alguien que la va a leer. Si
hay una relación, un vínculo afectivo, esa niña va a dar las señales para que
el adulto la lea”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario