Sociedad y crueldad
de Fernando Ulloa
Este tema de la crueldad, tan complejo, tan arduo,y además
tan cotidiano, es asunto obsceno y no fácil de exponer, entre otras cosas por
lo que señalo. En general, me resulta fácil la tarea cuando hablo de la
crueldad y como analista interesado en el campo de la salud mental, lo que me
permite ajustarme a un código más específico que cuando debo hacerlo, como en
la ocasión, ante un público procedente de otros campos.
Empezaré por presentar
una primera contradicción que plantea la crueldad, en tanto flagelo que
acompaña al hombre desde el inicio de la civilización. Un acompañamiento
paradojal, ya que a lo largo de la civilización la humanidad siempre ha tratado
de acotar la expresión instintiva de la agresión tratando de consolidar los
derechos de los individuos y de los pueblos. Pero es obvio que la civilización
ha ido sofisticando al mismo tiempo, los dispositivos socioculturales
necesarios para el despliegue de la crueldad. Insistiré en que la crueldad
siempre implica un dispositivo sociocultural. En ésto hay una diferencia
sustancial con la agresión, heredad instintiva del hombre. El instinto no es de por sí cruel. Está sujeto a la ley de la
sobrevivencia y por éso puede llegar a ser feroz, pero no cruel. El paradigma del dispositivo de la
crueldad, es la mesa de torturas; pero el accionar cruel no está acotado
solamente al ámbito puntual del tormento, sino que debe estar sostenido por
círculos concéntricos, logísticos, políticos, desde ya incluyendo a los
beneficiarios de las políticas que se pretenden instaurar por el terror. En
cambio, la agresión de dos automovilistas que chocan en la esquina y se agarran
a trompadas, no es en sí cruel aunque pueda ser reprochable; llegaría a serlo,
si frente a uno de ellos reducido a la invalidez, el otro se ensaña sin que
nadie del público intervenga.
Ésto configura una situación típica del
dispositivo de la crueldad al que habré de denominar "encerrona trágica", y que resulta el núcleo central del
dispositivo de la crueldad ….una situación de dos lugares sin tercero de apelación
-tercero de la ley- sólo la víctima y el victimario. Hay multitud de encerronas
de esta naturaleza, dadas más allá de la atroz tortura. Ellas se configuran cada vez que alguien, para
dejar de sufrir o para cubrir sus necesidades elementales de alimentos, de
salud, de trabajo, etc., depende de alguien o algo que lo maltrata, sin que
exista un terceridad que imponga la ley. Desde el punto de vista del
psicoanálisis lo que predomina en esta situación no es la angustia, con todo lo
terrible que esta puede llegar a ser, predomina algo más terrible aún que la
angustia: el dolor psíquico, aquel que no tiene salida, ninguna luz al final
del túnel. La angustia puede tener puntos culminantes pero también momentos de
alivios, en cambio el dolor psíquico se mantiene constante en el tiempo. La
salida parece identificarse con la muerte. Es que la crueldad siempre aparece
estrechamente amarrada a la muerte, ya sea porque éste es su desenlace o porque
la muerte ya está instalada en el mismo sujeto de la crueldad. Retomaré
esta idea.
En los comienzos de la humanidad, próxima a los primates, la
agresión era herramienta instintiva de sobrevida, pero lo específico del sujeto
humano es la pulsión que de hecho convive con la atávica heredad instintiva. La
civilización supone la prevalencia de lo pulsional sobre el nivel instintivo,
sin que la agresión sea ajena a la pulsión. No obstante hay una diferencia
substancial entre ambos niveles: los dos parten de una fuente somática desde la
cual el instinto irá en busca de un mismo objeto siempre por el mismo
recorrido, en tanto que en la pulsión son posibles caminos y objetos
alternativos. Por ésto el instinto es de índole metonímico, mientras la pulsión
esboza la metáfora, anunciando el reino de la misma en la palabra. La palabra
será el polo de la cultura como el instinto lo es de la natura. Entre ambos la
pulsión hace bisagra.
El escenario donde
el cachorro humano se va constituyendo sujeto pulsional es el de la ternura.
Cuando se habla de la ternura, uno tiene la sensación de que, si bien es una
idea valorada, la misma aparece dudosamente articulada sólo a lo blando del
amor. Sin embargo la ternura es el escenario formidable donde el sujeto no sólo
adquiere estado pulsional, sino condición ética. De ahí que hablar de la ternura en la Casa de las Madres, evocar la
epopeya de estas mujeres de la Plaza, el momento en que surgieron y la lucha
sostenida que mantienen, es un ejemplo de lo que representa la firmeza de la
ternura en la organización y defensa de los valores éticos del sujeto social.
Si la crueldad excluye al tercero de la ley, en la ternura éste tercero siempre
resulta esencial, lo que no supone necesariamente una presencia concreta, ya
que a lo largo de la civilización, esa terceridad se ha ido incorporando en la
estructura psíquica del dador de la ternura, prevalentemente en la madre.
Cuando esto no es así, puede que la ternura claudique. Es el tercero social el que acota la "libertad"
pulsional del adulto y de ahí, el surgimiento, cuasi sublimado, de la ternura
materna responsable de la pulsionalización del hijo. A su vez cabe insistir en
que el nivel pulsional será límite al instinto. Una precaria pulsionalización,
por fracaso de los suministros tiernos, tendrá como consecuencia la no
represión instintiva, esa mermada herencia que acompaña la inmadurez biológica
con que nace el niño. Mermada pero potencialmente activable si las condiciones
son de sobrevida. Además si el nivel pulsional, es precario establecimiento, no
sólo no marcará el límite con lo instintivo, sino que terminará
"corrompiendo al instinto". Mucho se ha escrito en relación a ésto,
acerca de la civilización y la barbarie, pero lo que aquí quiero rescatar es
que la crueldad, así entendida, es patología de fronteras entre el instinto y
lo pulsional entremezclados. Bastará la oportunidad del necesario dispositivo
sociocultural, para que ésta mezcla bárbara advenga cruel.
Creo que debo decir algo más sobre la ternura para que lo
anterior resulte más claro. Decir, que si la madre, ejerciendo los suministros
tiernos, no sobre agrede, ni sobreexcita al niño, ésta coartación de su pulsión
frente al hijo, no la hay con su compañero, tanto en el juego sexual como en la
agresión, cuando la cosa llama a pelea. La coartación implica desde la
perspectiva psicoanalítica –ya lo adelanté- cierta estación elemental de
sublimación que dará origen a dos producciones ejes de la ternura. Por un lado
la "empatía" que garantiza el
suministro de lo necesario para el niño. La segunda producción es el
"miramiento" en su significado de mirar con considerado interés, con
afecto amoroso, a quien habiendo salido de las propias entrañas, es reconocido
sujeto distinto y ajeno. Si la empatía garantiza los suministros necesarios a
la vida, el miramiento promueve el gradual y largo desprendimiento de este
sujeto hasta su condición autónoma. Es más, el miramiento acota la empatía para
evitar sus abusos. La ternura supone tres suministros básicos: el abrigo, el
alimento y el "buen trato". Después de pensar mucho acerca de cómo
nombrar el afecto de ternura, terminé definiéndolo como buen trato, trato según
arte, trato pertinente. Pero fundamentalmente un trato que alude a la donación
simbólica de la madre hacia el niño. En la medida que la madre, y demás dadores
de la ternura, desde la empatía y el miramiento, decodifican las necesidades
traduciéndolas en satisfacción merced a los suministros adecuados, estas
necesidades satisfechas, irán organizando un código comunicacional presidido
por la palabra. El infante irá tomando palabra, construyendo una lengua. Por
supuesto que buen trato alude al sentido generalizado de la ternura como
referente al amor. Un buen trato del que derivan todos los
"tratamientos" que el sujeto recibe a lo largo de la vida, en
relación a la salud, la educación, el trabajo, de hecho al amor, etc.
Tal vez por todo lo anterior cada vez que tengo que enfrentar
una actividad de derechos humanos: un peritaje, el tratamiento de una víctima
directa o indirecta de la represión, quizá de la mortificación de la que luego
hablaré, e incluso cuando debo escribir un texto teórico o hacer una
transmisión como ésta, intento siempre establecer el telón de fondo de la ternura para confrontar y destacar nítidamente el
insulto mayor de la crueldad.
Aludiré ahora, a la idea de "lo cruel", que luego
retomaré más extensamente, como una manera de señalar que el entorno de la
ternura es el ámbito de "lo familiar", palabra que por supuesto
remite a familia. Sabido es que familia es un término que se las trae. Proviene
de famulus, designando el conjunto de siervos y esclavos que pertenecían a un
amo. La familia se fue perfeccionando, como concepto y como institución, merced
a la ley del parentesco, una ley que alcanza a todos y en primer término a los
padres, en tanto éstos no son arbitrarios hacedores de la ley, sino sus
representantes. La ley también los involucra. De este ámbito surge la noción de
lo familiar, algo dado incluso por fuera de la familia. Lo familiar puede ser
descrito de muchas maneras, pero me interesa señalar aquella situación, donde bajo
la impronta de la ternura, un sujeto no es solamente hechura de la cultura sino
que es hacedor de la misma. Esto ocurre en la familia y en cualquier contexto
que merezca definirse como familiar. Si el sujeto sólo es hechura de la cultura
y no su hacedor, peligra como sujeto. Tal vez es objeto de una situación
infamiliar. El paradigma de ésto se da cuando un niño, ignorando explícitamente
su situación, vive con sus apropiadores. Ahí se produce lo que denominaré
"el efecto siniestro". Estos niños, poniendo en juego la formidable
captación infantil, habrán de registrar, a través de vacilaciones y
contradicciones, la naturaleza cruel del ámbito que los rodea. Un registro tan
terrible que es rechazado, nunca con eficacia total, por el niño, produciéndose
el efecto siniestro, equivalente a lo "infamiliar".
"Secretear" lo que de por sí ya aparece como secreto, terminará
siendo un secreto si no a voces, sí a murmullos. Una verdad murmurada que al
mismo tiempo que se impone, se intenta recusar a través de la renegación. En
psicoanálisis a este mecanismo se lo describe como negar y negar que se niega.
Una verdadera amputación del aparato psíquico que configura uno de los riesgos
mayores a que están sometidos los niños que han pasado años en ese entorno
siniestro; en ellos puede instaurarse una renegación cronificada, creándoles
serios problemas afectivos con la verdad, puesto que no sabiendo a qué
atenerse, pueden terminar teniendo que atenerse a las consecuencias, antigua
fórmula para definir la posición del idiota antes que ésto constituya un
insulto o un cuadro neuropsiquiátrico. Ésto se incrementa frente a un entorno
infamiliar de naturaleza cruel.
Voy ahora, casi hablando esquemáticamente, a presentar las
principales formas de la crueldad. En primer lugar aquello que un tanto
paradójicamente, suelo denominar como vera-crueldad. Paradójicamente, porque si
la palabra vera remite a verdad, resulta que el agente mayor de la crueldad,
para el caso un torturador, es totalmente ajeno a la verdad. En la crueldad
mayor, su ejecutor se abroquela en la pretensión de impunidad, en el
desconocimiento de toda ley. Ya no se dan, al menos en forma rotunda, los
efectos de la represión integral, tan extendidos hace pocos años, pero lo que
no desapareció es la pretensión de impunidad de quienes cometieron crímenes o
se beneficiaron en complicidad con ellos. Esta pretensión sigue instaurada como
algo propio del sujeto maligno.
Diré algo más sobre la vera-crueldad, en cuanto saber
canalla. Cada vez que algún saber o alguna cultura distinta, amenazan conmover
su precaria estructuración psíquica, el cruel despliega tres acciones: la
exclusión de lo que considera distinto, el odio, y cuando puede la eliminación
lisa y llana, no sólo del saber contradictorio, sino de quien lo sostiene. Este
"saber eliminador" pretende conocer toda la verdad acerca de la
verdad, a ésto es lo que se llama saber canalla, negación de todo saber curioso
atento a lo distinto, a lo extraño.
Existen otras formas de la vera-crueldad, por desgracia muy
frecuentes en nuestros tiempos. En la vera-crueldad el sobreviviente, que ha
atravesado un dispositivo social marcadamente cruel, apenas si sobrevive. La
muerte ya está instalada en él y despojado de los recursos elementales de lo
familiar: abrigo, alimento, buen trato, la única ética posible es la violencia,
aunque escandalice esta extensión del término ética. Este sujeto sobreviviente
ejemplifica lo que antes decía acerca de un nivel pulsional precariamente
establecido, capaz de corromper este esbozo instintivo conque viene a la vida
un sujeto humano. Esbozo instintivo que habrá de desarrollarse en función de la
necesaria agresión para sobrevivir. Así pueden engendrarse sujetos muy
semejantes al de la vera-crueldad, aunque con una diferencia con los descritos
anteriormente. Al respecto recuerdo dos noticias leídas hace poco en el mismo
periódico. Una hablaba de Chuky "el muñeco maldito". A los dieciocho
años había cometido ocho muertes y a veces "mataba por matar".
Páginas más adelante, y en la misma edición del periódico, otra noticia
señalaba que en nuestro país, el cincuenta por ciento de los pobres son niños y
el cincuenta por ciento de los niños son pobres. En este dispositivo social de
la crueldad, pocas son las salidas, en todo caso siempre son arduas. Lo más "a
mano" son las salidas de la delincuencia, incluso de formas más
encubiertas de la misma, cuando estos sobrevivientes son reclutados para tarea
s de represión. Ésto sin olvidar que la gran mayoría de los que organizaron, se
beneficiaron y ejecutaron la mayor crueldad en los tiempos de la dictadura
militar, no provenían precisamente de sectores marginados, sino de los sectores
marginadores. Algunos días después leí otra noticia policial; uno de estos
sobrevivientes crueles, en acción delictiva, fue herido. Entonces dijo algo
así: "no llamen a la ambulancia, quiero morir en la calle". No se
trata de hacer héroes de estos personajes, pero hay que reconocer que su
afirmación de morir en la ley de la calle, hace declinar en algo su impunidad.
Se diría que él tiene alguna ley, distinta a la pretensión de absoluta
impunidad conque se presenta la crueldad mayor. Es que el sobreviviente -y creo haberlo dicho- ya tiene la muerte instalada.
Él va matando camino hacia su propia muerte. El destino pronto de estas
personas es la cárcel o el cementerio.
Una tercera forma, más universal de la crueldad, que retomo,
es "lo cruel". Aquí lo esencial de la crueldad aparece velado por el
acostumbramiento. Se convive cotidianamente con lo cruel y muchas veces en
connivencia, sobretodo cuando esta palabra, alude a ojos cerrados y aun a guiño
cómplice. Si algo propio de la ternura es que vela la sexualidad, abriendo el
campo del erotismo, y cuando ésto no ocurre la sexualidad puede llegar a la
obscenidad, este velamiento no se justifica con la crueldad. Si el velo de la
sexualidad deviene intimidad erótica, en la crueldad no hay nada que velar. Hay
que develarla, evidenciarla. Cuando se vela la crueldad, cuando se hace
cultura, cultura del acostumbramiento, es cuando aparece lo cruel con lo que se
convive –como dije- en connivencia, llegando a configurar lo que denomino
"la cultura de la mortificación" a la que me referiré muy brevemente.
En esta cultura, el término mortificación no sólo remite a muerte, sino
principalmente a mortecino, a apagado, a sujetos que no son hacedores de la
cultura sino enrarecidas hechura de la misma, próximos a la posición del idiota
que no sabe a qué atenerse. Podemos ver esta situación no ya en las masas más
marginadas, sino en las que aún permanecen mortificadas y en el centro. En
ellas impera, como decía antes, hablando del efecto siniestro, la renegación.
¿Qué se reniega en esa familia, en esa fábrica, en esa comunidad? En términos
abarcativos, se reniega la intimidación como un elemento constante que se ha
hecho costumbre. Una intimidación que forma parte de la cultura, no ya del
fecundo "malestar de la cultura", del que nos habla el psicoanálisis,
donde hay una tensión entre el sujeto hacedor y el sujeto hechura de la
cultura, una tensión entre el deseo singular y el compromiso solidario. Aquí el
malestar de la cultura se ha trocado en cultura del malestar. Se reniega la
intimidación y se convive con ella como un elemento "normalizado".
Entonces, lo que retrocede es la intimidad, esa resonancia íntima necesaria
para que cuando alguien expresa algo válido, tal vez en relación a la
situación, encuentre resonancia en el otro, un interés no necesariamente
coincidente, puede ser en disidencia. Esa resonancia, cuando existe, promueve
respuestas que van creando una producción de inteligencia lúcida y colectiva.
Así es posible el debate de ideas. En cambio en la intimidación, quien legítimamente tiene algo que alertar, algo
que denunciar, suele encontrarse con un desierto de oídos sordos, entonces es
posible que su discurso se degrade al de un predicador que siempre dice lo
mismo sin ninguna eficacia. Por supuesto esa comunidad está atenta y
predispuesta a los embaucadores electorales de turno, en tanto éstos tienen la
astucia de decir a las gentes lo que necesitan escuchar, para acrecentar su
renegación como espúreo refugio. Uno se pregunta ¿cómo puede ser que una
comunidad tan mortificada, tan lastimada, no reaccione? Es que en estas
condiciones la queja nunca arriba a protesta, más bien se apoya en las propias
debilidades intentando despertar la piedad del opresor. No se afirma en las
propias, tal vez endebles fuerzas, pero fuerzas al fin. En esa comunidad
tampoco la infracción apunta a trasgresión. La infracción es ventajera,
oportunista, a lo más se arregla con una multa o se presta a la coima. La
trasgresión no es así, ella siempre funda algo: funda la teoría revolucionaria
o la ruptura epistemológica, tal vez la toma de conciencia, o quizá funda la
fiesta. En las comunidades mortificadas no hay tal acontecer ya que la gente
acobardada pierde su valentía al mismo tiempo que su inteligencia. Pero sobre
todo pierde el adueñamiento de su cuerpo y las patologías asténicas abundan
anulando la acción. El cuerpo se ha hecho servil. En esas comunidades
mortificadas cuando se trata, por ejemplo, de agrupaciones a cargo de la salud,
una actividad que obliga a desarrollar pensamiento, con frecuencia he observado
lo que terminé llamando el síndrome SIC, una sigla integrada por Saturación,
Indiferenciación, Canibalismo. El ejemplo lo tomé de lo que acontece en una
jaula de monos cuando hay demasiados congéneres. Entonces empiezan a devorarse
canibalísticamente entre sí, sin ningún tipo de diferenciación, ya se trate de
padres o de hijos, o cualquier otro congénere. El síndrome SIC, aplicado al
contexto social, no necesariamente coincide con un exceso de personas, sino que
habitualmente es disparado por la indiferenciación, ya que en la mortificación
suele no haber normativas, sino que prevalece la anomia. Esa indiferenciación
provocará una saturación de la actividad pensante que se hace indiscriminada;
las ideas, los entusiasmos, los proyectos, resultan entremezclados devorándose
unos a otros. Incluso puede ocurrir, con alguna frecuencia, una cosa curiosa:
cuando se pretende instaurar un debate de ideas, so pretexto de denunciar la
impunidad, y de manera no pertinente, pues no es esa la situación en juego, el
debate tiende a juicio público. Sabido es que el juicio público pretende,
cuando ésto está validado por las circunstancias, denunciar la impunidad. Pero
en esta ocasión lo que se denuncia son situaciones en general intrascendentes,
apartadas de lo que verdaderamente interesa. Se diría que ahí reina el
narcisismo de las pequeñas diferencias. La cosa puede pintar aun como juicio popular,
aquel en que se busca no ya la denuncia, sino la sanción de la impunidad. Vale
decir que en nombre de la impunidad se promueve grotescamente un acto impune.
Por supuesto que el juicio público tiene su razón histórica de ser, y lo mismo
vale para el juicio popular en ámbitos y en situaciones donde resulta un
accionar legítimo, para una comunidad oprimida donde toda instancia jurídica ha
dejado de existir. Pero en estos ámbitos a los que hago referencia se trata de
una suerte de parodia grotesca, con efectos canibalísticos.
Voy a terminar señalando que cuando una acción, provenga de
donde provenga (en todo caso yo hablo de mi trabajo como psicoanalista, que
intenta abordar la numerosidad social) comienza a tener efectos positivos,
suele ocurrir algo a tomar en cuenta. Siempre, en una situación mortificada,
ésto es obvio, existe algún grado de represión. Entonces cuando la gente
empieza a juntarse para discutir, a promover un verdadero debate de ideas, es
posible que desde alguna instancia administrativa estos comportamientos sean
calificados como delitos de asociación, por supuesto esta gente empieza a
pensar y este pensamiento ya no tiene efectos canibalísticos, sino que son
críticamente eficaces sobre el campo y sobre los propios discutidores, por lo que
suelen merecer el tilde represivo de delito de opinión. Fácil es entender que
cuando el cuerpo se recupera para la acción movilizadora, la condena será mayor
aun, implicando la categorización de delito de movilización. Estas instancias
represivas pueden serlo verdaderamente o quedar sólo en calificaciones
administrativas; depende de qué tiempos corran.
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- Ulloa, F. (1999) Sociedad y Crueldad.( Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología de la Nación
Dirección Nacional de Gestión Curricular y Formación Docente
Área de Desarrollo Profesional Docente
Seminario internacional La escuela media hoy. Desafíos, debates, perspectivas.
Del 5 al 8 de abril de 2005 en Huerta Grande, Córdoba. Panel: Brecha social, diversidad cultural y
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Fernando Ulloa en “Sociedad y Crueldad” plantea que la
crueldad está en relación directa a lo que llama el “fracaso de la ternura”. El
autor define el afecto de la ternura como buen trato, trato según arte, trato
pertinente; pero “fundamentalmente un trato que alude a la donación simbólica
de la madre hacia el niño (…) el buen trato alude al sentido generalizado de la
ternura como referente al amor”4 Agrega que el entorno de la ternura es el
ámbito de “lo familiar”. Asimismo, expone tres niveles de la crueldad5, siendo
que aquí nos abocaremos a lo que nomina en tercer nivel como “lo cruel”, conceptualización
que resulta útil para pensar algunos aspectos del trabajo en violencia
familiar. “Lo cruel” está dado porque “lo esencial de la crueldad aparece
velado por el acostumbramiento. Se convive cotidianamente con lo cruel y Muchas
veces en connivencia, palabra que alude a ojos cerrados y a un guiño cómplice”6
El cuerpo se ha hecho servil una vez instalado en lo que el
autor llama la Cultura de la Mortificación7, donde la intimidación se convierte
en un hecho constante. En estas condiciones la queja nunca arriba a protesta,
más bien se apoya en las propias debilidades intentando despertar la piedad del
opresor.
Otras veces alguien nos ha dicho: “No es que no me deja
salir, yo no quiero”.
Ulloa agrega que “en
las comunidades mortificadas la gente acobardada, pierde su valentía al mismo
tiempo que su inteligencia. Pero sobre todo pierde el adueñamiento de su cuerpo
y las patologías asténicas abundan anulando la acción”.
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