Por: Pablo Gentili | 28 de julio de 2014
Mahmud Hams
/ AFP
Las
principales víctimas de todo conflicto armado son los niños y las niñas. Son
ellos quienes pagan las consecuencias más dolorosas de guerras producidas por
un odio cuya herencia reciben como un legado de dolor y desconsuelo.
Las guerras
no las hacen los niños, nunca las hicieron, pero será sobre ellos que
descargarán su pulsión de muerte y destrucción.
Siempre ha
sido así y así es hoy, en Palestina, en Sudán del Sur, en la República
Centroafricana, en Irak, en Siria, en Ucrania o donde quiera que sea.
La muerte de
cualquier niño, de cualquier niña genera un daño irreparable a la humanidad.
Expresa de forma brutal y absurda el desprecio que buena parte de la humanidad
se rinde a sí misma.
Cuando la infancia
muere en las guerras, bajo la prepotencia de las armas, el hambre, las
enfermedades o el abandono, toda la humanidad muere con ellas. Muere una muerte
lenta y, como toda muerte, irremediable, irreversible, inimaginable.
Mueren los
niños y las niñas en las guerras. y, aunque no escuchemos sus llantos, también
morimos nosotros con ellos. Aunque nada nos haya pasado, aunque siquiera
sepamos de su existencia o nada nos importe su lejana presencia, todos morimos
de a poco cuando muere un niño o una niña por el desprecio que algunos seres
humanos le dispensan a la vida de otros seres humanos.
Palestina
sangra la sangre de cientos de niños y niñas asesinados por el Estado israelí
en cada una de las acciones y operaciones militares llevadas a cabo en Gaza y Cisjordania.
No deja de
llamar la atención el nombre que el gobierno de Israel le ha dado a su última
escalada de violencia sobre los territorios palestinos: “Margen Protector”.
Desde el inicio de la nueva operación militar, hace casi tres semanas, cerca de
200 niños y niñas han sido asesinados.
Y muchos más
morirán.
Los matarán
desde los tanques, con lanza-misiles, desde los barcos o desde modernos aviones
no tripulados. Los matarán en sus escuelas, mientras juegan, en los hospitales,
acurrucados debajo de sus camas, abrazados a sus madres, a sus padres o a sus
hermanos. A Yasmin la mataron mientras trataba de proteger a su muñeca. Tenía
ocho años. A Elias mientras dormía y soñaba quién sabe qué. Acababa de cumplir
cuatro años y tenía cuatro hermanos: Ibrahim, de doce, Sawsan, de once, Yasin,
de nueve, y Yasser, de ocho. Todos murieron con él. Un F16 israelí lo hizo. No
creo que haya sido por error. No hay errores en las guerras.
A los niños
y a las niñas palestinas los matarán antes de que mueran de miedo o de
tristeza. Los matarán antes de que se den cuenta que su vida, como la de
cualquier niño o niña, es sagrada y milagrosa para las dos religiones que
justificarán o llorarán su muerte. Los matará uno de los ejércitos más
poderosos del mundo, para “proteger” a sus propios niños y niñas, para que
ellos puedan jugar y correr libremente, sin peligros por sus plazas, bañarse en
el mar, ir a la escuela, o abrazarse tranquilamente con sus madres y sus
padres, con sus hermanos, con sus muñecas. Para que puedan dormir serenamente,
soñando quién sabe qué. Los matarán para que otros niños y niñas puedan reír.
No habrá kaddish que
consuele su llanto. No habrá plegaria u oración que reconforte sus almas.
¿Dónde se habrá escondido Yahvé? ¿Es que no se da cuenta de todo esto? No fue
la cultura ni la revolución, no fue la civilización ni la ciencia, no fue la
tecnología ni el arte. Fue el odio. En la Tierra Prometida, a Dios lo mató el
odio y la indiferencia.
Desde Río de Janeiro
SOBRE EL
AUTOR
Pablo
Gentili. Nació en Buenos Aires en 1963 y ha
pasado los últimos 20 años de su vida ejerciendo la docencia y la investigación
social en Río de Janeiro. Ha escrito diversos libros sobre reformas educativas
en América Latina y ha sido uno de los fundadores del Foro Mundial de
Educación, iniciativa del Foro Social Mundial. Su trabajo académico y su
militancia por el derecho a la educación le ha permitido conocer todos los
países latinoamericanos, por los que viaja incesantemente, escribiendo las
crónicas y ensayos que publica en este blog. Actualmente, es Secretario
Ejecutivo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y profesor
de la Universidad del Estado de Río de Janeiro. Coordina el Observatorio
Latinoamericano de Políticas Educativas (FLACSO/UERJ/UMET).
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