El poder de la lengua
" Nombrar
los miedos, enunciar la queja, poner en cuestión lo que se supone verdad
revelada; todo eso y más puede suceder en una tarde, en una escuela media de
González Catán, cuando se habilita la palabra y la escucha a un grupo de
adolescentes. Crónica de una clase de educación sexual –de las que todavía hay
demasiado pocas– en la provincia de Buenos Aires.
Por
Luciana Peker
“Somos lo que hacemos para
cambiar lo que somos”, dice una frase de Eduardo Galeano pegada en la dirección
de un colegio gigante, que dirige Gustavo Galli –a la vieja usanza de saber
nombre por nombre de todos sus alumnos, pero con ganas de innovar en el viejo
modelo educativo–: la escuela La Salle, de González Catán, donde concurren
–sólo a la escuela media– 475 chicos y chicas, que viven en cuatro barrios y
asentamientos vulnerables (El Dorado, La Salle, Las Casitas y 25 de Mayo) de la
zona de La Matanza. Sólo la mitad paga y los que pagan aportan de 10 a 50 pesos
–sin vencimientos ni punitorios– en una escuela financiada por subsidios del
gobierno de la provincia de Buenos Aires y la Fundación Armstrong.
El colegio tiene un aula
dedicada a Antonio Domingo García, un ex docente y alumno asesinado el 12 de
enero de 1977 por la dictadura militar, proyectos en donde realizan sus propios
cortos cinematográficos y un microemprendimiento de remeras –llamado Fina
Estampa– en donde el Gauchito Gil custodia el lema que marca la tierra, donde
las pibas y los pibes bailan cumbia o juegan al fútbol, en la que pisan y
sienten que pueden pisar para adelante. El lema dice: “Ningún pibe nace
chorro”. Y en la escuela la frase no es sólo una remera. El proyecto de
educación sexual integral que elaboró este colegio (en donde también se enseña
catequesis) que cumple con la ley 26.156 –que se supone que no deja opción
aunque muchas escuelas la obvian– sobre la enseñanza del cuidado del cuerpo se
hace cuerpo en la voz de chicos y chicas.
Y como si se tratara de una
respuesta de manual, del antimanual educativo, lo más importante no es lo que
los chicos y chicas puedan escuchar, sino lo que tienen para contar: las
historias, goces, pesos, presiones, prejuicios, tormentos y alegrías que entre
convicciones, luchitas de aula, piercings negros, gorritas y cargadas se hacen
eco o grito o risa y se vuelven una forma de encontrar su propia voz en un
medio social que no solamente los condiciona, también los presiona –para que
sean perdedores o ganadores– pero casi nunca les deja buscar. Su voz, en
cambio, los encuentra hablando –y decidiendo– sobre ellos mismos. La educación
sexual es una forma de barajar y dar de nuevo sobre sus propios deseos y
cuerpos.
“Estaría bueno tener más
educación sexual para tener más medios de prevención de las distintas
enfermedades”, dice Brian, de 17 años. “Es más importante para los pibes más
chicos porque ellos no tratan estos temas: tienen vergüenza de que los carguen
los compañeros”, piensa Leonel, de 15.
¿Qué les pasa si van a tener
relaciones con una chica y ella saca un preservativo?
–Yo no la juzgo, al contrario,
porque ella también se cuida –apunta Brian.
“Yo tengo un punto de vista
diferente porque nosotros somos cristianos y me quiero guardar. Yo quiero
estudiar, ser profesor de historia y geografía, tener mi casa. Tengo otros
planes. Cada uno es dueño de hacer su vida como quiere. Se puede enseñar esta
materia, pero está en nosotros ponerla en práctica o no”, se diferencia con
orgullo Cristian. Pero elegir el propio rumbo no es tan fácil. “Yo a veces
mentía cuando me iba de campamento. Siempre me preguntaban si había hecho algo
y yo decía ‘sí, tuve relaciones con una piba de Pontevedra’ y mentira, pero
para que no me jodan nomás lo decía”, también se sincera Sebastián. “Te cargan
si no la ponés, porque es como que los otros pibes son más porque la ponen. Yo
dejé de ser virgen este año, pero decía que ya lo había hecho para no quedar
mal porque sino te re cargan. Y te da cosa quedar como re chiquitito porque no
hacés nada”, revela Leandro. ¿Y con las chicas? “Si tenés relaciones te dicen
que sos una trola y si no que sos una tonta, nunca sabés qué quieren los
varones”, aporta Natalia. Y Leandro la aconseja: “Vos tenés que hacer lo que
tenés ganas”.
Los
varones tienen la mochila del rendimiento a cuestas. La educación sexual no es
la máquina de la verdad, pero los alienta a desligarse de la idea de
masculinidad como sinónimo de rendimiento. “De lo que aprendí en educación
sexual me impresionó que hay que explicarles a los varones y a las chicas que
no es un juego si les hacen algo, que no se lo guarden y que pueden ir a un
hospital a buscar medicación”, remarca Sebastián. “No es que porque vamos a
Internet que sabemos todo. Muchos piensan que ya saben todo del sexo y del
preservativo y no saben nada”, apunta Laura. Y Sebastián le da la razón: “Hay
amigos que se creen que la tienen re clara y no se saben poner un preservativo.
Es feo correr ese riesgo porque estas re perdido”. Pero si bien todos/as sufren
presiones, las diferencias de género se notan. “Si un chico está con muchas
chicas es un ganador y si una chica está con muchos es una atorranta”, se asoma
Macarena como una queja. Pero Sebastián se defiende: “No, porque si estás con
muchas después cuando te gusta una de verdad te dicen que sos un chamuyero”. Y
con honestidad brutal también desnuda las competencias en los boliches: “Cuando
caemos al baile decimos ‘bueno, a ver quién come más’, pero muere ahí.” Aunque
la charla no muere. Julián se queja: “Hay pibes que tienen 17 y son papás y van
al baile y dicen ‘yo a mi mujer la dejo a mi casa’ y ahí se hacen los
pendejos”. “Después empieza la violencia entre parejas”, advierte Natalia en
una ronda en donde las palabras fluyen. Y ella desea: “Si estamos en pareja es
porque se elige entre los dos y no porque vos sos mi pareja decidís todo”."
“Los
adolescentes sufren pobreza de intimidad”
A Gustavo Galli, el director,
le gusta mostrar su escuela. La conoce como su mano y disfruta de las remeras
que en esa isla en medio del conurbano sigue pensando que el destino de los
chicos no puede ser el de terminar desaparecido como Luciano Arruga ni el de
las chicas castradas por algún novio que no quiere que estudien. También le
gustan las frases. “Le rogamos no encontrar como natural lo que sucede
naturalmente”, dice frente a su pava de mate Bertolt Brecht. Y él no quiere
naturalizar que las chicas se vayan cuando quedan embarazadas o que no se pueda
hacer nada si los chicos/as son maltratados o viven violencia en sus casas. “La
educación sexual se está empezando a dar de primero a cuarto año en todas las
materias”, anuncia.
Los chicos cuentan cómo sufren presiones para
iniciarse sexualmente y las chicas cómo sufren el machismo. ¿Cómo tratan esto
en la escuela?
–Esto no pasa sólo acá, pero en el contacto con estas
realidades que se dan en un contexto de pobreza uno se da cuenta de que la
situación social favorece estas vulnerabilidades. La pobreza va erosionando
todo y nosotros vemos que los adolescentes sufren pobreza de intimidad. Y, en
muchos casos, hay pobreza de palabras. Como director veo cada vez más
dificultad para hablar en los adolescentes, y especialmente en las chicas, en
donde la mirada (“Cómo me miró”) genera más problemas que las discusiones.
¿Ven muchos noviazgos violentos?
–Sí, absolutamente. Hay pibas que empiezan a faltar
reiteradamente, que las ves tristes o que no se juntan más con sus amigas. Hay
casos en que el novio de alguna alumna le impide, incluso, venir a la escuela
porque él no quiere que se junte con pibes o porque quiere que esté todo el día
con él. Es muy preocupante y difícil porque en La Matanza no hay redes para
trabajar estas problemáticas. Por ejemplo, es imposible conseguir un turno con
un psicólogo para que hagan terapia. Hay familias muy lastimadas. Por eso,
también muchas chicas eligen ser madres adolescentes para sentir que están
vivas. Aunque después sea difícil sostener la maternidad a los 15 años.
¿Crees que la educación sexual es una buena
herramienta?
–El problema de la
niñez y la juventud es muy complicado y no se resuelve sólo dando clases de
salud sexual integral. Las falencias no son sólo de falta de información. Pero
sí está bueno ir usando las variables que tenemos a mano. Yo no tengo la
capacidad de ponerme a construir tres piezas en cada casa, aunque me
encantaría, pero sí puedo hacerme cargo de lo que me toca y abordar la
educación sexual integral en el colegio.
Dice. Y
muestra otro orgullo, otra de las remeras que hacen los chicos, para cuidar a
los chicos. “No somos peligrosos, estamos en peligros.” Dice la estampa de una
manera de educar. Y de no callar."
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