( Extraido del artículo “La corrupción institucional de la psiquiatría y el daño a niños y adolescentes: el caso del TDAH” en la pagina de la Organización Nogracias: http://www.nogracias.eu/2015/09/09/la-corrupcion-institucional-de-la-psiquiatria-y-el-dano-a-ninos-y-adolescentes-el-caso-del-tdah/
La
expansión del mercado
En la obra de Cosgrove y
Whitaker que estamos analizando, llama la atención el protagonismo que los
líderes de la psiquiatría tuvieron en dos procesos que los autores denominan “expansión del mercado” y “protección del
mercado”.
Una vez que el DSM se convirtió
en “una teoría del todo”, un instrumento con la vocación de categorizar y
etiquetar como patológica prácticamente cualquier situación emocionalmente
conflictiva, la expansión del mercado tenía que venir del etiquetado como
enfermos de personas sanas, mediante dos procesos: la invención de nuevas
enfermedades -donde poder incluir a nuevos grupos de la población- y la
relajación de los criterios diagnósticos de enfermedades ya descritas, como la
depresión o la ansiedad:
“La APA y la psiquiatría
académica tenían buenas razones para colaborar en este esfuerzo. Expandir el número de diagnósticos
incrementaría el poder de la psiquiatría como disciplina; aumentaría el número
de pacientes potenciales y la influencia de la psiquiatría en la sociedad,
procurando nuevas oportunidades de enriquecimiento a los expertos. El dinero de la industria acabaría fluyendo
a cada uno de los rincones de la especialidad, desde la APA y las revistas
científicas, hasta los expertos académicos con múltiples oportunidades de ser contratados
como líderes de opinión e investigadores al servicio de la industria” (Cosgrove
y Whitaker)
Convertir en enfermos a
personas sanas es especialmente sencillo en psiquiatría donde no existen
criterios biológicos para poder determinar la existencia o no de enfermedad:
los criterios son “fungibles” y dependen del juicio profesional con lo que, en
esencia, “los profesionales pueden hacer casi lo que quieran”.
El DSM-III, en 1980, describió
83 nuevos síndromes respecto al DSM-II, dejándolos en un total de 265; el
DSM-IIIR de 1987, elevó el número de síndromes a 292; siete años más tarde, el
DSM-IV los incrementó, dependiendo cómo se definan nuevos diagnósticos, a entre
297 y 374.
La consecuencia es que el
DSM-IV permite que el 26,2% de los norteamericanos adultos pueda ser
diagnosticado de alguna enfermedad mental a lo largo de un año.
El DSM-IV dedicó 86 páginas a
los trastornos que podían afligir a niños y adolescentes. Basándose en estos
criterios, el 13% de los niños entre 8 y 15 años podían ser diagnosticados de
una enfermedad mental cada año (CDS National Health and Nutrition Survey,
2012).
En total –sin tener en cuenta
las elevadas tasas de sobrediagnósticos- unos 69 millones de norteamericanos
podían ser etiquetados como enfermos mentales, a lo largo de un año,
considerando los criterios diagnósticos descritos en el DSM-IV.
La
infancia medicalizada: la invención de una epidemia
La infancia y la juventud, una
población considerada, tradicionalmente, sana mentalmente y, por tanto, casi
virgen de diagnósticos psiquiátricos y medicación psicoactiva, era un bocado
demasiado apetitoso como para que la industria farmacéutica y la psiquiatría lo
dejaran escapar.
El ejemplo del Trastorno por
Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), una rara entidad descrita en el
año 1902, es paradigmático. Esta enfermedad fue considerada durante gran parte
del siglo XX un trastorno de probable base orgánica. De hecho, el DSM-I la
llamó, “síndrome orgánico cerebral”.
El DSM-II comenzó a relajar los
criterios diagnósticos y la denominó, “Reacción hipercinética de la infancia”.
En 1956, Ciba-Geygi desarrolló el fármaco estimulante metilfenidato (Ritalin)
para tratar la narcolepsia. Pronto, basándose en algunos casos que señalaban
buenos resultados en el corto plazo, los psiquiatras comenzaron a utilizarlo
con los niños diagnosticados de TDAH. En todo caso, a finales de los años 70,
en EE.UU no había más de 150.000 niños tomando Ritalin.
“Los psiquiatras se han vuelto
locos, no nuestros hijos” Peter
Gøtzsche, en su último libro, “Deadly Psychiatry and Organised Denial”
La aparición del DSM-III,
otorgó una nueva denominación al TADH, “Enfermedad
por déficit de atención”, y volvió a implicar una nueva relajación de los
criterios diagnósticos. Los autores de
los nuevos criterios –recordemos, producto de un consenso profesional y, por
tanto, sin base científica alguna– calcularon que este trastorno afectaba
al 3% de los niños.
El DSM-IIIR puso la
denominación definitiva al TDAH y de nuevo cambió los criterios haciendo más
fácil su diagnóstico. De una manera u otra, a finales de la década de los 80,
había unos 600.000 niños diagnosticados de TDAH, el doble que 10 años antes.
El psiquiatra norteamericano
Joseph Biederman, de la Harvard Medical School, es el médico que más ha hecho por
expandir el TDAH. Miembro del panel de expertos que establecieron los nuevos
criterios diagnósticos en el DSM-IV, tras la publicación del Manual, se
convirtió en uno de los autores científicos más prolíficos del mundo: durante
20 años ha estado publicando 1 texto científico cada 2 semanas,
fundamentalmente sobre TDAH. Su empeño ha sido convencer a médicos y población
de que el TDAH:
“es
una enfermedad real, con un componente genético aparente… con síntomas que
suelen persistir hasta la edad adulta y que, si no es tratada, incrementa la
probabilidad de resultados catastróficos: pobre rendimiento escolar y laboral,
abuso de sustancias, comportamiento criminal y trastornos psiquiátricos del
humor”.
En 1995, un año tras la
publicación del DSM-IV, Biederman anunció que entre el 6 y el 9% de los niños
podían estar afectados por la enfermedad. En 1996, coincidiendo con la salida
al mercado de nuevos estimulantes, el profeta del TDAH declaraba que “el 10% de
la población infantil norteamericana podía beneficiarse de medicamentos
estimulantes“. En un reciente texto, (ver la impactante diapositiva de arriba)
la prevalencia de la enfermedad en niños va desde menos del 2% en Holanda a
¡más del 20% en Ucrania!:
“Así
es como se construyó el mercado del TDAH. No fue un invento de la industria
farmacéutica sino de la psiquiatría organizada. El DSM-III y el DSM-IV dieron
el marco diagnóstico y los psiquiatras académicos desarrollaron los estudios
que otorgaban legitimidad científica al tratamiento médico de la enfermedad.
Las compañías farmacéuticas contribuyeron a popularizar esta narración
científica de una manera tan asombrosa que en el año 2012, el 10% de la
población entre 4 y 18 años había sido diagnosticada. Ese año, 3,5 millones de
niños y jóvenes norteamericanos recibieron algún estimulante para el TDAH, seis
veces más que en 1990” (Cosgrove y Whitaker)
En
España, como puso de manifiesto el espléndido informe del Boletín
de información farmacoterapéutica de Navarra (BITN) realizado por Luis Carlos
Saiz Fernández, con polémica incluida, la utilización de estimulantes se
retrasó una década respecto al EE.UU.
Su despegue en la utilización,
tuvo lugar en el año 2004, cuando se comercializó la forma retard del
metilfenidato (Concerta):
“Actualmente nos encontramos
entre los principales consumidores mundiales de metilfenidato. Entre los años
2000 y 2012 las DHD de metilfenidato y atomoxetina en población infantil se han
multiplicado casi por 30, manteniendo un crecimiento exponencial constante."
Esta
capacidad de la psiquiatría para inventarse epidemias diagnósticas generó el
previsible incremento del gasto en medicación psicotrópica, que pasó de unos
800 millones de dólares anuales en 1987 a 35.000 millones en el año 2010 (aun
considerando la inflación, multiplicar por 43 el gasto en 20 años, no está nada
mal).
Estas ganancias económicas
tenían que ser protegidas por todos los medios y de eso, también, se iba a
encargar la, bien pagada, psiquiatría.
La
protección del mercado: la burbuja del TDAH en peligro
A finales de los 90, dado el
incremento de los diagnósticos de TDAH, el
National Institute of Mental Health (NIMH), una institución pública
norteamericana, decidió llevar a cabo un estudio para conocer los efectos a
largo plazo de la medicación: el “Multisite Multimodal Treatment Study of
Children con TDAH” (MTA en adelante).
Peter Jensen, un reputado
psiquiatra infantil, fue el coordinador del estudio: 579 niños de entre 7 a 10
años a los que se distribuyó en cuatro grupos: medicación, psicoterapia,
medicación+psicoterapia y tratamiento estándar.
El 1999, los investigadores del
MTA anunciaron los primeros resultados: aunque los cuatro grupos habían
mejorado a los 14 meses, la medicación había demostrado ser superior en la
reducción de los síntomas del TDAH
Sin embargo, el estudio no terminó
a los 14 meses sino que se hicieron tres cortes a los tres, seis y ocho años,
encontrando resultados completamente diferentes: el grupo en tratamiento
farmacológico había empeorado en todos los síntomas; además, su crecimiento se
había visto afectado de manera muy significativa, con tallas y pesos inferiores
a los niños de los otros grupos.
Los investigadores estaban
sorprendidos y buscaron y rebuscaron todo tipo de explicaciones metodológicas a
estos inesperados datos… sin encontrar ninguna. La burbuja del TDAH parecía en
peligro.
Pero como hemos visto en el
caso del Trankimazin, una cosa es publicar datos y otra comunicarlos.
Cosgrove y Whitaker en su
libro, tras detallarnos el alto nivel de relaciones económicas que los
investigadores del estudio MTA, todos reputados académicos, tenían con la
industria (ver tabla arriba), nos relatan el proceso de maquillado y ocultación
a la opinión pública de los resultados de la investigación, recordemos,
financiada con fondos públicos.
No
hubo mención de los resultados negativos en el medio ni largo plazo en ninguno
de los títulos o resúmenes (abstract) de los artículos publicados.
En el articulo con los datos a
los 3 años, los autores escribieron en las conclusiones del resumen:
“A
los 36 meses, las ventajas observadas en los pacientes tratados con
medicamentos a los 14 meses, no fueron tan aparentes, probablemente debido a
una mejoría de los síntomas de TDAH con la edad, cambios en la intensidad de
las terapias, inicio o discontinuación de otra medicación concomitante u otros
factores no evaluables”
Esta conclusión escrita en la
parte más leída y visible del artículo, contrasta con los datos comunicados en
el cuerpo del texto que hablan de la medicación como un “marcador de
deterioro, al final del periodo“ (ver tabla de arriba todos los cortes
del estudio MTA: a los 36 meses no hay diferencias en esta escala -sí las hay
en otros indicadores- y a los 96 meses están mejor los niños sin tratamiento;
menor puntuación en SNAP, significa mejoría)
El comunicado de prensa de el
NIMH también contribuyó a amortiguar los malos resultados: “Mejoría sostenida
de la mayoría de los niños con TDAH en tratamiento farmacológico”.
La nota de prensa enfatizaba
que los padres ya no tenían que preocuparse sobre posibles efectos nocivos de
la medicación a largo plazo.
En palabras del propio Jensen:
“Nuestros resultados sugieren
que la medicación puede establecer diferencias en el largo plazo para algunos
niños si continúan con un seguimiento adecuado”
Investigaciones realizadas en
otros países demuestran resultados negativos parecidos a los del MTA, en los
niños tratados con medicación para el TDAH en el largo plazo ...
Cosgrove
y Whitaker escriben, con razón:
“Los resultados de estos
estudios deberían haber influido de manera importante en la utilización de la
medicación para TDAH. Sin embargo, los datos son poco conocidos, sobre todo
entre la población general, y de esta manera, el mercado de los medicamentos
para el TDAH ha sido protegido.”
Incluso, en 2013, la APA y la
American Academy of Child and Adolescent Psychiatry publicaron un reportaje
titulado Guía para padres sobre los tratamientos para el TDAH en el que vuelven
a manipularse los datos, señalando solo los resultados a los 14 meses e
ignorando los resultados que asociaban un empeoramiento de los síntomas con la
utilización de fármacos en el largo plazo.
Los
textos científicos sesgados tienen una gran importancia en la posterior
transmisión que los medios de comunicación convencionales hacen de las
investigaciones. En un reciente trabajo, se analizaba la manera cómo los medios
de comunicación malinterpretaban los estudios sobre el TDAH, contribuyendo de
manera notable a que la percepción del público sobre la eficacia de los
tratamientos fuera exagerada:
– El 55% (56 de 101) de los
artículos científicos sobre el TDAH exageraba en las conclusiones la relevancia
de los hallazgos; el 23%, su potencial terapéutico.
– Los medios de comunicación,
cuando comentan los artículos científicos, utilizan en el 82% de los casos los
resultados de estos exagerados y sesgados resúmenes (137 de 168).
La
corrupción institucional de la psiquiatría y el daño a la infancia
El
TDAH se ha convertido en una epidemia construida que está haciendo un terrible
daño a los niños y jóvenes.
La “broma pesada” que suponen
sus criterios diagnósticos se ponía en evidencia en un artículo que encontraba
mayor prevalencia de la enfermedad entre los niños nacidos en diciembre que
entre los niños, del mismo curso escolar, nacidos en enero (es bien conocida
las diferencias que a esas edades implican unos meses de madurez en relación
con el comportamiento y el grado de atención) (ver imagen arriba)
Peter Gøtzsche dedica un
capítulo entero al TDAH en su recientemente publicado texto “Deadly Psychiatry
and Organised Denial“.
Escribe:
“Un
médico amigo me contaba que la profesora de un colegio le había mandado a casi
todos su alumnos para que descartara el TDAH; obviamente ella tenía un
problema, no sus alumnos. Tan pronto
como se etiqueta a los niños de enfermos, todos se quitan responsabilidades de
encima.. hemos decidido como sociedad que es demasiado complicado cambiar
nuestros sistemas educativos así que hemos preferido cambiar el cerebro de los
niños. Esto es muy cruel… el TDAH no es una explicación sino solo un nombre que
le hemos dado a un conjunto de síntomas”
Gøtzsche relata en su texto
como los medicamentos para el TDAH son
estimulantes, y tienen efectos semejantes a las anfetaminas o la cocaína,
pudiendo causar manía, psicosis, daño cerebral y muerte.
Los estimulantes, de igual
modo, pueden producir dependencia y las personas diagnosticadas de TDAH que son
tratadas con medicamentos, pueden acabar abusando de la cocaína con más
frecuencia que los no tratados.
Los estimulantes, además,
reducen la actividad mental y el comportamiento espontáneo, incluyendo el
interés social, con apatía e indiferencia, y muchos niños -en algunos estudios,
más de la mitad- acaban desarrollando depresión y comportamientos compulsivos.
Estos peligrosos medicamentos
además:
1- Elevan la tensión arterial
(≈ 4mmHg) y la frecuencia cardiaca (3-6 lpm) y se han relacionado con muerte
súbita en niños sin cardiopatía de base.
2- El tratamiento a largo plazo
conlleva una pérdida de peso y talla, quizá vinculada con el efecto anoréxico,
con una incierta recuperación al suprimir el fármaco. En el estudio MTA se
constató pérdida, a los 3 años, de alrededor de 2 cm de talla y 2,7 kg de peso.
3- El insomnio o las cefaleas
son muy frecuentes pero también se dan casos de tics (sobre todo con
metilfenidato), trastornos afectivos, alucinaciones, reacciones psicóticas y
maniacas, incluso sin antecedentes previos. Los modelos animales sugieren
hipótesis de neurotoxicidad, síndrome de discontinuidad y potenciales
alteraciones detectadas por neuroimagen.
4- Los estudios pre-clíncos
informan de desequilibrios hormonales en la pubertad
5- Son frecuentes los síntomas
gastrointestinales inespecíficos
6-Se relaciona la medicación
con casos de ideación suicida e incluso con iatrogenia en forma de
facilitadores de trastorno bipolar
La base de datos española de
farmacovigilancia (FEDRA) recogía hasta el 13 de septiembre de 2013 un total de
264 sospechas de reacciones adversas (185 graves) a metilfenidato y 104
sospechas (85 graves) sobre atomoxetina. Con ambos fármacos los efectos más
frecuentemente notificados corresponden a trastornos de la esfera psiquiátrica,
destacando los 22 casos de alucinaciones con metilfenidato y los 11 casos de
ideación suicida con atomoxetina
La Agencia Española AEMPS ha
recomendado realizar un examen cardiovascular y psiquiátrico previo al
tratamiento con metilfenidato, además de un seguimiento durante el mismo,
monitorizar el peso y altura de los pacientes y, muy importante, evaluar la
pertinencia del tratamiento al menos una vez al año. Con respecto a
atomoxetina, ha puesto el foco en la seguridad cardiovascular. En la práctica
se suelen realizar controles de tensión arterial y frecuencia cardiaca,
añadiendo electrocardiograma o consulta en Cardiología en aquellos pacientes
con factores de riesgo cardiovascular (sobre todo historia familiar de muerte
súbita e historia personal de arritmia congénita o cardiopatía congénita).
Los efectos secundarios sobre
el sistema nervioso central de los medicamentos estimulantes suelen ser
diagnosticados como un empeoramiento de la enfermedad o como una comorbilidad,
con lo que lo más frecuente es que se inicien nuevos tratamientos psicotrópicos
que hacen que los síntomas tiendan a cronificarse.
¿Cuántos
padres conocen estos datos? ¿Cuántos padres habrían aceptado tratar a sus hijos
si hubieran tenido una información equilibrada?
La
psiquiatría se ha convertido en la mina de oro de la industria farmacéutica,
con un plan de negocio muy simple. Busca un pequeño grupo de psiquiatras en una
institución prestigiosa. Los convierte en reputados profesionales, financiando
generosamente sus investigaciones. Influye para que esas investigaciones
siempre acaben señalando que la patología está infra-diagnosticada e
infra-tratada, nunca lo contrario. Controla los datos y hace estudios a corto
plazo. Utiliza los medios de comunicación y controla las asociaciones de
pacientes. Paga a esos expertos para que hablen bien de sus productos. Presiona
a los gobiernos. Coloca a sus expertos en las comisiones que asesoran a los políticos.
De esta manera, finalmente, la visión sobre una enfermedad acaba controlada por
un pequeño grupo de especialistas que ha desarrollado enormes intereses en
común con la industria… Hacen legítimo lo ilegítimo.”
El
TDAH es el ejemplo perfecto. Los psiquiatras de Harvard,
capitaneados por el inefable Biederman (que tiene que defenderse con frecuencia
de las acusaciones de conflictos de interés con la industria que le hacen los
medios de comunicación), fueron los autores del 49% de los 43 ensayos clínicos
analizados en una revisión que encontraba una mínima consideración de los
efectos secundarios de los medicamentos.
Cosgrave y Whitaker, concluyen:
“Los
estudios analizados, si sus resultados hubieran sido presentados con claridad a
la comunidad científica y a la población, habrían contribuido a que la gente
entendiera mejor los riesgos y beneficios de los medicamentos y, con toda
seguridad, la utilización de fármacos hubiera disminuido… La influencia de la
industria es bien conocida por la sociedad. Pero se presta mucha menos atención
a la influencia corporativa y su efecto corruptor”
¿Alguna vez la psiquiatría
organizada se bajará de su pedestal, reconocerá su gran fracaso y pedirá perdón
a la sociedad por haber puesto sus intereses económicos, profesionales y
corporativos por delante de la salud de los pacientes y poblaciones?
Como dijimos en la entrada
previa “no hay alternativa al juicio profesional en la toma de decisiones
clínicas”.
La sociedad necesita a los
profesionales de la psiquiatría para que sigan aplicando el cada vez más
complejo conocimiento médico en la ayuda de pacientes y poblaciones; pero
necesita profesionales independientes, críticos con las evidencias y que
demuestren activamente su compromiso con la mejor ciencia y el bienestar de los
pacientes y poblaciones.
Mientras esto sucede, como
diría Juan Gérvas, “pobres niños”
Abel Novoa es médico de familia
y presidente de NoGracias
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