Extracto del
trabajo: " Abuso sexual y psicoanálisis: historia de una
desmentida"
de la Lic. Isabel
Monzón*
publicado
en la Revista Nro. 2 del Ateneo Psicoanalítico y en:
"... Sigmund Freud
elaboró la teoría de la seducción según la cual el recuerdo de los
abusos sexuales padecidos en la infancia por parte de adultos provoca neurosis.
El 21 de abril de 1896 expuso su teoría en una conferencia dada en la Sociedad
de Psiquiatría y Neurología de Viena, afirmando que dieciocho casos clínicos -
seis hombres y doce mujeres - sustentaban su hipótesis. Katharina y
Rosalía se encontraban entre ellos.[6]
Los abusos sexuales, afirmaba
Freud, eran cometidos a veces por adultos extraños a las criaturas sin el
consentimiento de ellas y con una secuela de terror inmediata a la vivencia.
Otras veces, la persona adulta era cuidadora del niño. "Niñera, aya,
gobernanta, maestro, y por desdicha también, un pariente próximo".
Sus oyentes en aquella
conferencia, todos varones y todos expertos en patología de la vida sexual, se
mostraron escépticos e incrédulos.
Unos días después, Freud le
escribe a Fliess, su mejor amigo en aquel entonces: "La
conferencia tuvo una recepción gélida por parte de los asnos y un juicio
singular por parte de Krafft-Ebing - el famoso sexólogo austríaco - quien,
refiriéndose a la teoría de la seducción, dijo: ‘Suena como un
cuento de hadas científico’".
El resultado fue que, a pesar
de sus ironías, el creador del psicoanálisis se sintió marginado y muy
preocupado por no recibir nuevos pacientes.
En septiembre de 1897, en otra
carta a Fliess, le expresa que no puede seguir sustentando la teoría
de la seducción. "Ya no creo más en mi neurótica",
escribe, y fundamenta su descreimiento en la "imposibilidad de
acusar al padre de perverso", inclusive al suyo, y en que considera
poco probable que la perversión contra los niños esté tan difundida. Piensa
ahora que el relato de sus pacientes se apoya en un falso recuerdo, producto de
sus fantasías.
Poco tiempo después, elabora la
teoría del complejo de Edipo, en la cual el seductor pasa a ser el
niño. Uno de los padres es objeto de amor y el otro, el rival,
objeto del odio infantil en el conocido y popular triángulo
edípico. Los celos y el sentimiento de exclusión dominan la escena.
A pesar de esto, en 1924 también decía que no todo lo que había
escrito sobre el abuso de niños merecía rechazo y que la teoría de la seducción
tenía una cierta significación para la etiología de las neurosis.
Varias cosas
llaman la atención del texto que Freud escribiera entre 1893 y 1895, cuando
empezaba a nacer el psicoanálisis. Una es el haber disfrazado, tanto en el caso
de Katharina como en el de Rosalía, a un padre de tío. Si de
encubrir datos reales se trataba, para evitar que su paciente fuera
identificada, el creador del psicoanálisis sabía cómo hacerlo. Encubrir es,
como él mismo lo sugiere, cambiarle de nombre al monte donde la paciente vivía
o decir que era una campesina cuando en realidad podía tratarse de una dama
perteneciente a la sociedad vienesa. Pero cambiar a un padre por un tío es una
distorsión que trastoca el significado de los hechos, y Freud lo
sabía. Por eso, en 1924 agregó en los dos casos clínicos el dato
real, aunque sin explicar el por qué de su "error" anterior.
Según Jeffrey Masson, autor del
libro El asalto a la verdad. La renuncia de Freud a la teoría de la seducción, tal
distorsión fue el recurso utilizado por Freud para convencer a
Breuer a publicar conjuntamente los Estudios, ya que a éste le
repugnaba la tesis freudiana de que la histeria fuese causada por seducciones
sexuales sufridas en la infancia. Hasta es posible que Freud no haya
querido identificar al padre de Katharina por un expreso pedido de
Breuer. Pero también podría pensarse que había caído preso de
su propia desmentida[7]. Aún siendo acertada la hipótesis
de Masson, es innegable que en Freud se sumaba su propia resistencia, que
también queda al descubierto en la misma teoría de la seducción, por la cual lo
traumático no es el abuso sufrido durante la niñez sino su recuerdo
durante la adolescencia, idea que minimiza la gravedad del abuso como
una situación traumática. Situación traumática que marca al psiquismo infantil
en el mismo momento en que ocurre. Por otra parte, en la nota a pie
de página al historial de Katharina, el creador del psicoanálisis utiliza la
palabra "tentación", sugiriendo así que la hija se sentía atraída por
el padre y desestimando la propia palabra de la paciente, quien
decía haber sentido asco y temor. Es que también para Freud, como
para tantos de nosotros, debía ser conflictivo el cuestionamiento de
la mítica "santa" paternidad. Por otra parte, en los momentos que el
psicoanálisis nacía, su creador estaba solo.
La comunidad científica de esa
pequeña Viena en la que todos se conocían rechazaba sus afirmaciones
bautizándolas de "cuentos de hadas". Aunque Freud nunca terminara de
renunciar a la teoría de la seducción, tampoco la reivindicó explícitamente,
mientras los psicoanalistas dejaron, en su mayoría, de hablar de
ella. Había que encontrar a Edipo a toda costa, aunque hubiera que
forzar a las histéricas a entrar en un nuevo lecho de Procusto.
Cuando, años más tarde, en
1905, Freud publicó su Análisis fragmentario de una histeria, el
no creer en la palabra de su paciente Dora fue aún más grave que en los casos
de Katharina y Rosalía. Freud insistía una y otra vez que Dora- en
el momento de la consulta ella tenía dieciocho años - estaba profundamente
enamorada del Sr. K. Freud no pudo- o no quiso- reconocer que Dora,
aunque ella lo afirmara claramente, había sido víctima de acoso sexual
- el primero sufrido a los trece años - por parte de un hombre de la edad de su
propio padre. "Él me ha entregado al señor K." decía,
angustiada. En realidad se trataba de una recompensa por intermedio de la cual
el Sr. K. toleraría la adúltera relación entre su esposa y el padre de
Dora. Cabría preguntarse también por qué, con tanta tranquilidad, el
padre de Dora se anima a llevarla al tratamiento con Freud. Él espera una
complicidad de parte del maestro del psicoanálisis: calmar a su hija
que se estaba poniendo demasiado molesta.
. Aunque el
psicoanálisis es, de todas las teorías psicológicas, la que posee mayor riqueza
de conceptualización y aunque, según comprobamos, el tema del abuso surgió
tempranamente en la misma teoría freudiana, los psicoanalistas cargamos todavía
con una vieja cuenta pendiente en relación a nuestros pacientes abusados y a
toda la comunidad. Cuenta pendiente que no terminamos de saldar por no ponernos
de acuerdo. La historia de este desacuerdo comienza cuando Freud
abandona su teoría de la seducción, y se repite una y otra vez en el lapso de
estos cien años de vida del psicoanálisis…
...
Avatares de la memoria
Cuando la criatura
abusada se vuelve adulta, con su desmentida logra
convencerse, muchas veces, que el abuso no
ocurrió. Pero no debe confundirse este proceso con una simple
represión, porque con ésta el resultado es que un pensamiento, una
imagen, un recuerdo permanecen inconscientes.
En la represión la lucha es
contra algo que proviene de uno mismo. En cambio, en el caso de la desmentida,
la percepción que es dada por inexistente proviene de la realidad
externa. Algo que existe no existe, algo que se ve no se ve, algo que
sucede no sucede, algo que pasó no pasó.
Cuando la desmentida se pone de tal
manera en funcionamiento, el propio yo queda dañado, en tanto es atacada su
capacidad de reconocer una percepción, de aceptar algo como existente,
de discriminar como propia una sensación corporal. Este mecanismo
psíquico es útil en algunos casos. Todas las defensas lo
son, según el grado, el momento y la frecuencia con que nuestro yo las use en
las diferentes etapas de nuestras vidas, en tanto nos ayudan a
enfrentar ansiedades y conflictos cotidianos. Pero, si alguno de
esos mecanismos se utiliza en demasía, el psiquismo se daña. La amnesia de
acontecimientos traumáticos, fenómeno vinculado con la desmentida,
se presenta a posteriori de un traumatismo psíquico y es común entre los
sobrevivientes de guerra, campos de
concentración, violación sexual, atentados terroríficos, abuso
sexual, etc.
Las personas que han estado expuestas a situaciones
traumáticas pueden tener síntomas de disociación (sonambulismo, alteraciones de
la memoria) y signos de stress postraumático (imágenes
retrospectivas, alteraciones del sueño, pesadillas). También puede suceder que
estas personas se replieguen y aíslen y/o que se depriman. A veces
tienden a restarle importancia a las realidades dolorosas del presente o están
como insensibles o con sentimientos de vacío. Pero, como bien puntualiza el
terapeuta David Calof, citado por Bass y Davis en su libro El coraje de sanar,
“a diferencia de las personas sobrevivientes de desastres públicamente
reconocidos, las personas que han sido abusadas sexualmente durante su
infancia, no saben por qué se sienten así. Frecuentemente sus recuerdos del
trauma o están fragmentados en desconcertantes mosaicos o no existen en lo
absoluto”.
Estas personas son “veteranas de guerra muy particulares”, guerras
que han tenido lugar, por ejemplo en la cama de su propia habitación o en la
casa del vecino, con una secuela de heridas que tal vez nunca hayan sido ni
vistas ni curadas por nadie. Además, rara vez existen testigos. En
el escenario del abuso sólo se encuentran la pequeña víctima y el victimario.
“La calidad
siniestra y el efecto traumático devastador de la violencia familiar y política
- reflexiona Carlos Sluzki - son generados por la transformación del victimario
de protector en violento, en un contexto que mistifica o deniega las claves
interpersonales mediante las cuales la víctima podría reconocer o significar
los comportamientos como violentos”.
En el caso del abuso sexual, la
criatura también es privada de su capacidad de disentir o consentir.
E incluso, frecuentemente, el acto de violencia es descalificado como tal por
el victimario, que le dice al niño: Esto lo hago por tu propio bien, no te
puede doler tanto, te va a gustar, vos me provocaste. Es así que a la
desmentida usada por la criatura para defenderse se agregan mensajes por parte
del ofensor que caracterizan la comunicación de doble vínculo.
Si la
familia o cualquier otra persona ante la cual el menor denuncia el abuso no le
creen o no advierten, por otras señales, que tal abuso está sucediendo,
agregan, con su desmentida, un nuevo acto de violencia sobre el psiquismo de la
criatura. Para que una conducta pierda su efecto traumático debe ser calificado
de tal. Una paciente relata la experiencia de abuso - ella tenía seis años
- diciendo que su tío era “un joven calenturiento”. La analista,
llamando a las cosas por su nombre, señala: “Ese fue
un tío abusador”.
Por otra parte,
aunque el abuso haya sido aislado, se instala en el aparato psíquico con la
fuerza de los que han sido reiterados, porque la víctima
generalmente ha sufrido otros episodios de violencia: maltrato físico y
psíquico y otras experiencias sexuales traumáticas muy comunes, sobre todo en
la vida de las niñas: miradas obscenas, encuentros con exhibicionistas y
frotters, etc.
...
Respetar el
silencio.
¿Por qué los pacientes no
quieren hablar de esos temas?
Quizás porque, como ya vimos, en su momento
hablaron y nadie los escuchó.
Quizás porque sienten que ahora es
demasiado tarde, que ya aprendieron a convivir con esa experiencia dolorosa tan
temprana y que revivirla es como volver a transitar la situación traumática.
¿Se transforma ahora el analista en una especie de abusador de ese
psiquismo que se defendió como pudo para poder sobrevivir? ¿Se trata de
situaciones tan traumáticas que son, a veces, no pasibles de
elaboración?
Como toda herida, el abuso deja una cicatriz, que con sólo rozarla
se vuelve otra vez dolorosa. Tal vez, como con los pacientes que
sufrieron torturas, sólo debamos trabajar con los síntomas, respetando que
necesiten silenciar el hecho traumático.
Trabajar con ese síntoma y con los
propios límites en cuanto a la posibilidad de conectarse con zonas muy
dolorosas de su existencia, es una forma más que tendrá el paciente de
poder adueñarse de su vida y de poder animarse a vivir de manera más
plena. Además, cuando un paciente que ha sufrido abuso empieza a saberse
dueño de sí, aprenderá a protegerse y a proteger a otros - por ejemplo, a sus
hijos - de otras posibles situaciones abusivas .
Subjetividad de los abusadores.
¿Por qué el abuso se produce
con tanta frecuencia?. ¿Por qué la mayoría de los abusadores son varones?. ¿Por
qué la mayoría de las abusadas son niñas?
Para dar estas respuestas es
insoslayable, como ya dijimos, considerar la perspectiva de género
Sabemos que las mujeres y los niños son los oprimidos mientras los
varones son los opresores.
El abusador usa la sexualidad como un
instrumento de poder y de dominio sobre su víctima. Ella, por necesitada
e impotente, no tiene otra salida que la de someterse. Igual que el
exhibicionista, que el violador y el golpeador, al que comete abuso contra una
criatura no lo mueve Eros sino el deseo de poder.
El abusador
en general no consulta. Algunos especialistas en el tema afirman que no se
rehabilita. Aunque muchas veces no presenta una patología evidente, sin
duda la tiene. El DSM IV describe dos cuadros que pueden adecuarse:
trastorno antisocial de la personalidad y paidofilia - o lo que propongo
denominar ofensa sexual. El hecho de considerar que el abusador
está enfermo no debe ser utilizado como un argumento para
desculpabilizarlo.
En primer lugar, porque él sabe lo que está haciendo. En segundo lugar, porque cada uno es responsable de sí mismo, aún de su enfermedad y de sus síntomas. En tercer lugar porque el abusador es peligroso, en tanto puede repetir el abuso. Él cosifica a su víctima. No la considera un ser humano. Como la criatura abusada no es para él su semejante, no siente empatía hacia ella. Sabemos que frecuentemente ellos también fueron víctimas de abuso.
Son
adecuadas las para mí muy ricas reflexiones del psicólogo Robert Lifton en
relación a la conducta de los médicos nazis que participaron en el
Holocausto.
Lifton quería comprender cómo estos hombres podían matar y torturar a seres humanos, a través de lo que ellos llamaban “experimentos médicos”, cómo podían elegir a quiénes iban a morir o a vivir y cómo podían después irse a sus casas, asistir a misa y jugar con sus hijos.
Para explicar esta conducta inconcebible, pensó en el mecanismo del desdoblamiento, defensa disociadora que permitía a los médicos cometer actos atroces y mantener, a la vez, una posición “respetable” en la sociedad. El desdoblamiento fue, dice Lifton, el vehículo psicológico que permitió a los "fáusticos médicos nazis establecer un pacto con su entorno diabólico, entorno que les otorgaba el privilegio psicológico y material de una adaptación privilegiada a cambio de su participación en el Holocausto". Lifton también cree en la responsabilidad. "Somos los únicos responsables morales de los pactos fáusticos que establezcamos, tengan estos lugar de manera consciente o inconsciente".
Créale otra vez a su
neurótica, doctor Freud
Créale otra vez a su
Neurótica, doctor Freud, que, como dicen Ruth y Henry Kempe, "los niños no
inventan historias relativas a actividades sexuales a no ser que hayan
sido testigos oculares de las mismas. Y, por supuesto, han sido testigos de los
abusos sexuales cometidos contra ellos". Por otra parte, el mismo
creador del psicoanálisis decía, a raíz del caso Juanito:
“El niño no miente sin
razón, y en general, se inclina más que los adultos hacia el amor por la
verdad.(...) Liberado de su opresión, comunica a borbotones lo que es su verdad
interior”.
. Todos, psicoanalistas,
abogados, pediatras, educadores, jueces, la comunidad toda, tendríamos
que animarnos a creerle a la Neurótica de Freud. Así tal vez
habría menos niños abusados y más sobrevivientes que se animarían a dejar
el refugio - cárcel de su neurosis…”
* Isabel
Monzón nació en Buenos Aires en 1941. Licenciada en Psicología, egresó en 1967
de la carrera de Psicología de la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad de Buenos Aires. En 1973, finalizó su postgrado de la
Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados. En la Asociación
de Psicología y Psicoterapia de Grupos hizo su formación en psicoterapia de
parejas. Fue profesora adjunta en la Facultad de Psicología de la Universidad
de Buenos Aires y profesora titular en la Facultad de Psicología de la
Universidad del Salvador. Socia fundadora del Ateneo Psicoanalítico,
institución a la que perteneció hasta marzo del año 2002. Fue directora
de las dos primeras ediciones de la Revista del Ateneo Psicoanalítico.
Especializada en "Familia lesbiana", integró el Grupo
interdispciplinario de Investigación sobre Familias coordinado por la Dra.
Silvia Hass en el Centro de Estudios Avanzados de la UBA. Es autora de varios
trabajos presentados en jornadas y congresos científicos y de varias
publicaciones realizadas en revistas y diarios. Es autora del libro
"Báthory. Acercamiento al mito de la Condesa Sangrienta" que fue
editado por Feminaria en el año 1994.
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